«En aquel tiempo, decía Jesús a la gente: “Cuando veis subir una nube por el poniente, decís en seguida: ‘Chaparrón tenemos’, y así sucede. Cuando sopla el sur, decís: ‘Va a hacer bochorno’, y lo hace. Hipócritas: si sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente? ¿Cómo no sabéis juzgar vosotros mismos lo que se debe hacer? Cuando te diriges al tribunal con el que te pone pleito, haz lo posible por llegar a un acuerdo con él, mientras vais de camino; no sea que te arrastre ante el juez, y el juez te entregue al guardia, y el guardia te meta en la cárcel. Te digo que no saldrás de allí hasta que no pagues el último céntimo”». (Lc 12,54-59)
Este puede resultarnos un Evangelio fuerte y hasta extraño, sobre todo a los oídos acostumbrados a la hipocresía y el “buenismo” de nuestra época. Jesús habla a la gente, y a nosotros, y nos dice que tenemos ojos para ver cuándo va a llover o a hacer calor, y sus palabras nos parecen ciertas y sensatas. Pero Jesús nos llama a continuación: “hipócritas”; tenemos ojos para ver lo que pasa en el mundo que nos rodea, pero estamos ciegos para discernir sobre nuestra propia vida. Y estas palabras de Jesús nos pueden parecer duras e incomprensibles.
“Al atardecer del día vamos a ser juzgados en el amor”, repetía San Juan de la Cruz. Entonces, ¿cómo podemos caminar enemistados con nuestro hermano? “Quien no ama a su hermano es un asesino”, dice San Juan. Y un asesino, en justicia, merece que se le “arrastre ante el juez y el juez le entregue al guardia, y el guardia le meta en la cárcel”.
Por eso este Evangelio nos llama a la verdad, a aceptar nuestro delito, y a ponernos en paz con los hermanos que Dios, en su divina Providencia, nos ha puesto para caminar juntos; con nuestra mujer o con nuestro marido, con nuestros hijos o con nuestros padres, con nuestros hermanos; sobre todo con ese hermano que está enemistado con nosotros, o al que nos es imposible soportar. Esa puede ser la puerta estrecha que nos lleva al Reino. Pidamos al Señor que nos dé humildad para aceptarnos pecadores, y para pedir al Espíritu Santo la comunión con los hermanos.
Javier Alba