«En aquel tiempo, decía Jesús: “¿A qué se parece el reino de Dios? ¿A qué lo compararé? Se parece a un grano de mostaza que un hombre toma y siembra en su huerto; crece, se hace un arbusto y los pájaros anidan en sus ramas”. Y añadió: “¿A qué compararé el reino de Dios? Se parece a la levadura que una mujer toma y mete en tres medidas de harina, hasta que todo fermenta”». (Lc 13, 18-21)
En este planteamiento vemos que Dios quiere hacer sencillo todo aquello que habla de Él. ¿Qué quiero decir con esto? Mientras que nosotros, de los grandes misterios que no entran en nuestra pobre mente occidental, hacemos grandes tratados que no entendemos ni nosotros mismos, el Señor nos responde con una sencilla muchacha, que se llama María. Ella nos muestra la sencillez de esta Palabra que se encarna en su vida a través de una actitud, de un deseo: Hágase.
Este grano de mostaza o esta levadura es el anuncio que el Ángel nos hace a cada uno de nosotros. Dios se ha fijado en ti, quiere encarnarse en ti, quiere que la gente que vive a tu alrededor anide en estas ramas que son los frutos de la santidad. Que mientras el mundo vive el sufrimiento, la soledad, la pobreza espiritual, la esclavitud, en definitiva el cansancio y la sobrecarga, en tus actitudes pueda encontrar descanso, esperanza, libertad y una riqueza que sacie todas sus ansias.
Pero el grano de mostaza hay que sembrarlo en un huerto que es un pequeño terreno de regadío. Es decir, que para que el Reino de los Cielos se dé en nosotros, hace falta que preparemos nuestros interior, sembremos la Palabra que se nos entrega y que la reguemos y cuidemos hasta que venga el tiempo favorable para su cosecha.
El concilio Vaticano II ya nos dio las instrucciones para ayudarnos a poseer este Reino de los Cielos:
1) La Semilla es un anuncio de la Buena Noticia (Catecumenado)
2) El huerto, un sembrado pequeño propicio para acoger esta semilla: una Comunidad
3) El cuidado, el regadío para que esta semilla se convierta en un gran árbol y sea una ayuda para los demás: la Liturgia.
Con la levadura ocurre lo mismo. Es necesario que la levadura sea mezclada con la harina, se trabaje y después de un tiempo de levado obtengamos el doble de cantidad que la que teníamos al inicio. Pero lo más importante es que esta masa solo será comestible cuando se pase por el horno. Una vez que Jesús habita en nosotros, como la levadura entre la harina y seamos acrisolados al fuego de la historia, tendremos la capacidad de darnos a los demás para ser su alimento.
Al igual que del corazón del hombre salen las malas acciones en sus diferentes vertientes cuando el corazón está lleno de tinieblas y del poder del Maligno; de aquel corazón donde habita Dios brota el amor sin límites que pone de manifiesto la Constitución del Reino de los Cielos.
Ángel Pérez Martín