Se acerca ya el tiempo de verano y vacaciones y parece que a todos nosotros nos entran unas ganas de relajarnos y de descansar de todo, incluida nuestra fe, que hace que bajemos la guardia frente a todo tipo de tentaciones.
Está claro que nuestro cuerpo y nuestra mente necesitan descansar del estrés y del cansancio de la tarea de todo el año (estudios, trabajo, atascos, etc.) y eso es muy bueno; pero también nos ocurre muchas veces que desconectamos con Dios, nos tomamos vacaciones de fe, de Eucaristía, de oración. Planeamos unas vacaciones donde aparece la playa, la montaña, el descanso, la diversión…, y a Dios lo aparcamos, no le dejamos lugar en nuestro proyecto de recreo. Pero hay un gran problema: tenemos un enemigo que no coge vacaciones; al contrario, está esperando esta época para atacarnos con más saña, ya que estamos distraídos, relajados y sin armas en la mano. Este enemigo es el Maligno, que como dice San Pedro, “Anda como león rugiente, buscando a quien devorar” (1P 5,8).
El Maligno aprovecha para reinterpretarte la historia en cuanto algún proyecto del verano y del descanso no salga como tú quieres: si caes enfermo, si tu suegra tiene que irse al final con vosotros, si el apartamento no es como te prometió la agencia, si hace mal tiempo, si discutes con tu familia, con los amigos, si se estropea el coche, si la playa está lejos y muy llena, si los niños no paran de pelearse… Ese verano idílico se derrumba y hay que echar la culpa a alguien, porque, ¡claro!, tú eres inocente, tú te mereces descansar después del año que has pasado y, además, te habías hecho unos planes tan estupendos… Y, mira por dónde, el Maligno te dice que el culpable es tu marido que no te comprende, ni te trata como debiera, que la culpable es tu mujer que no para de quejarse y no te deja hacer lo que tú quieres; es tu suegra que se entromete en todo y no os deja intimidad; lo que pasa es que no tienes suficiente dinero, o los niños te sacan de quicio porque dan una lata soberana y, al final, el culpable es Dios que no te quiere, que no tenía que permitir todo lo que te ha pasado, porque no te lo mereces.
El Demonio sabe susurrarte muy bien que, si Dios te quisiera, todo te iría bien, que las cosas saldrían como tú planeas; pero ¿no estás viendo cómo Dios te fastidia, está en contra de ti? Descubres que no te sientes querido por nadie y que tampoco puedes amar, aunque sabes que amando serías feliz, pero no puedes soportar a los otros, sus defectos, sus formas de ser, solo los soportas cuando son como tú quieres, cuando entran en los planes y proyectos que tú has hecho; y, así, descubres que sólo vives para ti mismo dándote gusto en todo, usando a los demás en beneficio tuyo. Y como no has dejado que Dios (que es tu Padre) entre en tu proyecto veraniego, tú te has hecho Dios y has diseñado una vida feliz que no se ha cumplido.
Dios que nos ama y por eso nos ha creado, no se ha quedado indiferente a nuestro pecado, a nuestra frustración: quiere mostrarte que te ama, que le dejes dirigir tu vida, que te vas a encontrar con Él, que puedes ser feliz haciendo su voluntad y no la tuya. Dios nos ha dicho que nos ama no con palabras, sino con un hecho, enviando a su Hijo al mundo para mostrar qué cosa es el Amor, dando su vida por nosotros, por ti y por mí, diciéndonos con ese hecho real que el Maligno nos ha engañado, que Dios te ama, y que te ha creado para ser feliz, para amar y ser amado, que su voluntad es lo mejor. Encontrarte con este Amor es el mejor descanso para estas vacaciones, sentir que Alguien te ama hasta el colmo, sin juzgarte, perdonándote tus pecados, tus fallos, tu violencia, tu juicio hacia el otro (incluido Dios).
Por eso es bueno que en nuestros planes veraniegos incluyamos a Dios, que sea Él quien dirija nuestro verano, nuestro descanso, dándonos cuenta de que más necesario que descanse el cuerpo, lo es que repose nuestro espíritu, cansado de tanto dar patadas contra el aguijón, cansado de hacer nuestra voluntad y no la de Dios.
En verano tenemos más tiempo para rezar, para ponernos en comunión con Dios y con su voluntad, que es lo mejor para nosotros. Cristo solo pudo descansar en la Cruz, ya que “el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar la cabeza” (Mt 8,20). Nosotros también podemos reclinar la cabeza, descansar en la cruz, en nuestra cruz (enfermedad, falta de dinero, ese familiar molesto —los suegros, aquel hijo…—, tu matrimonio, tu situación de paro, tu precariedad de dinero…), ya que en ella está Cristo esperándote, amándote.
Si en este verano el Espíritu Santo nos ilumina esto, será el mejor descanso posible para nosotros. Si nuestra cruz se hace gloriosa, si lo que hasta ahora nos hacía sufrir, entristecernos, renegar de la vida, morir, se convierte en la llave que nos abre el amor de Dios y al amor de de Dios, que nos abre el cielo, la felicidad, este anuncio que nos dice que la muerte no existe, que ha sido vencida en la Muerte y Resurrección de Cristo, tendremos un verano que recordaremos siempre, ya que en él descubrimos que hay Alguien que nunca toma vacaciones de nosotros, que nunca nos tiene manía, que siempre se preocupa de nosotros y nos ama: ese alguien es Dios.
¡Ojalá que en nuestra agenda veraniega incluyamos a Dios!, que recemos, que participemos de la Eucaristía y también que podamos dar testimonio a nuestro alrededor de que Dios nos ama, que podamos anunciar el evangelio a tantas personas que están engañadas por el Maligno y están buscando el descanso donde no está.