En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: «Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: «Hazme justicia frente a mi adversario.» Por algún tiempo se negó, pero después se dijo: «Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara.»»
Y el Señor añadió: «Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?» (San Lucas, 18, 1-8).
COMENTARIO
“En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola”
El Señor, sabiendo que tiene que preparar a sus discípulos a la misión que les va a encomendar de anunciar su Nombre a todas las naciones, y darles fuerzas para que la lleven a cabo, predicando a todas las gentes cuando Él deje la tierra, les quiere inculcar en su alma la necesidad de orar. Así, estarán siempre unidos a su Padre Dios y no se desanimarán ante los obstáculos que puedan encontrar en su camino.
El Señor comienza recordándoles la necesidad de “orar siempre y no desfallecer”. ¿Qué es orar?, nos podemos preguntar para darnos más cuenta de lo que Jesús quiere decir a los discípulos, y también a nosotros, que también queremos seguir sus pasos.
“Orar es elevar el corazón a Dios, y pedirle mercedes”, enseñaba santa Teresa de Jesús. “La oración es la elevación del alma a Dios o la petición al Señor de bienes conforme a su Voluntad. La oración es siempre un don de Dios que sale al encuentro del hombre. La oración cristiana es relación personal y viva de los hijos de Dios, con su Padre infinitamente bueno, con su Hijo Jesucristo y con el Espíritu Santo, que habita en su corazón” (Compendio del Catecismo de la Iglesia, n. 534).
La oración –“esa relación personal y viva con Dios”- es al alma, como la respiración es al cuerpo. La alegría del Señor es “estar con los hijos de los hombres”. Y el hombre responde a esa alegría del Señor, elevando su corazón al Cielo y pidiéndole “mercedes”, orando. Y nosotros, con toda confianza, le pedimos que nos acompañe en todas las situaciones de nuestro vivir: en las alegrías y en las penas; en la salud y en la enfermedad; en los momentos de éxito y en los de fracaso; …
El juez injusto se decide a hacer justicia por un motivo muy egoísta: para que aquella viuda no le moleste más. No se preocupa de las necesidades que puede sufrir la mujer; ni piensa tampoco en la justicia de lo que está reclamando. Sólo piensa en resolver el caso para que la mujer lo deje en paz.
Jesús les dijo a sus discípulos: “Pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar”
A veces podemos desconfiar del amor de Dios porque pedimos, y no se nos concede nada; insistimos en la petición, pero tenemos la sensación de que nadie nos escucha, de que nuestras peticiones caen en el vacío.
Es el momento de preguntarnos: ¿Estoy rezando al Señor con Fe? ¿Estoy pidiendo por puro egoísmo, pensando sólo en mí mismo? Y es también el momento para seguir renovando nuestra oración con una verdadera Fe: pidiendo al Señor que abra nuestro corazón para que podamos hacer más bien a los demás, para que podamos servir a todos con un corazón renovado, para que también ellos eleven su corazón a Dios y le descubran como lo que es: un Padre amoroso que quiere siempre el bien para sus hijos.
“¿Que no sabes orar? –Ponte en la presencia de Dios, y en cuanto comiences a decir: “Señor, ¡que no sé hacer oración! …” está seguro de que has empezado a hacerla”.
“Me has escrito: “orar es hablar con Dios, pero ¿De qué? De Él, de ti: alegrías, tristezas, éxitos y fracasos, ambiciones nobles, preocupaciones diarias…, ¡flaquezas!: y hacimientos de gracias y peticiones: y Amor y desagravio.
En dos palabras: conocerle y conocerte; “¡tratarse!” (Josemaría Escrivá. Camino. nn. 90 y 91).
La Virgen Santísima es una verdadera maestra de oración. Rezándole algún Ave María, nos ayudará a descubrir a Cristo vivo en el Sagrario, y moverá nuestra alma a buscar la amistad con su Hijo, Jesucristo, y nos dirá: “Haced lo que Él os diga”.