«El origen de Jesucristo fue este: María, su madre, estaba comprometida para casarse con José; pero antes que vivieran juntos, se encontró encinta por el poder del Espíritu Santo. José, su marido, que era un hombre justo y no quería denunciar públicamente a María, decidió separarse de ella en secreto. Ya había pensado hacerlo así, cuando un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: José, descendiente de David, no tengas miedo de tomar a María por esposa, porque su hijo lo ha concebido por el poder del Espíritu Santo. María tendrá un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Se llamará así porque salvará a su pueblo de sus pecados. Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había dicho por medio del profeta: “La virgen quedará encinta y tendrá un hijo, al que pondrán por nombre Emanuel” (que significa: “Dios con nosotros”). Cuando José despertó del sueño, hizo lo que el ángel del Señor le había mandado, y tomó a María por esposa».
Tenemos la estúpida costumbre de solo creer las cosas que somos capaces de comprender. Lo que supera el filtro de nuestra razón, aunque seamos unos lerdos, eso creemos. Solo creo lo que entiendo, el resto no tiene valor o simplemente no existe. La fuerza de la gravedad no tiene explicación física, solo descriptiva y matemática pero nadie sabe lo que es, ni de dónde sale, ni cuál es su naturaleza. Realmente la fuerza de la gravedad no debería de ser creída porque no la comprendemos plenamente. Los más rigurosos con esta filosofía del creer deberían arrojarse desde un edificio sin temor a caerse porque esa fuerza de la que hablan los físicos no es totalmente comprensible y por lo tanto no debe de existir.
Pues si con una ley de la naturaleza se puede llegar a este absurdo, imaginemos con las cosas de Dios, ese gran desconocido e indemostrable Ser. Muchas personas no son religiosas porque sencillamente no ven a Dios o no comprenden plenamente los asuntos divinos, los pasajes de la Biblia, las normas morales que no encajan en sus costumbres racionales y un largo etcétera de “razones”.
Precisamente la lógica más elemental sobre Dios es que yo no le pueda comprender plenamente, porque si pudiese hacerlo, no sería Dios, ya que una criatura no puede abarcar a su creador sino al revés.
Afortunadamente, José y María eran personas de auténtica fe que aceptaban sin ningún reparo que los planes de Dios pudieran ser perfectamente incomprensibles para sus cabezas, porque es el único Ser que no tiene porqué ser comprendido sin dejar por ello de ser lo que es. Esa es exactamente la esencia de Dios, ser el que es, el que hace y actúa por sí mismo como el motor de todo lo existente, sin necesitar de explicación ni justificación alguna.
“El origen de Jesucristo fue este”, así empieza este pasaje del Evangelio de hoy. A la “manera” de Dios, o sea, con misterio y sucesos incomprensibles. Es el segundo capítulo de la entrega. El primero de ellos lo protagonizó María que es avisada por un ángel de que será madre sin participación de varón y además el que nacerá de su seno será llamado hijo del Altísimo. Ella responde “he aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. Creyó y aceptó. No necesitó más detalles del misterioso plan. Venía de Dios y eso era todo.
En este segundo capítulo de la Historia de la Salvación, José, cuando descubre que la que va a ser su mujer está embarazada, actúa de primeras con humana lógica y con bondad y decide repudiarla en secreto. Pero Dios actúa y le dice, por medio de un ángel y en sueños, que ese niño es del Espíritu Santo. Eso no puede considerarse una explicación al estilo humano, pero para José es una perfecta explicación ya que al ver a Dios en este asunto, todo lo que se pretenda detallar es indiferente. Dios lo quiere así, lo dispone así y punto. ¿Por qué? Pues porque es Dios, algo que muchas personas con brillantes cabezas no terminan nunca de comprender ni aceptar pero que a los humildes les resulta extraordinariamente evidente.
Dios no me tiene que dar explicaciones sobre lo que dispone en el devenir de mi vida y la de la humanidad. Quizá muchas personas no aceptamos con humildad lo inexplicable o inesperado de nuestras vidas porque solemos ocupar el lugar de Dios, y más o menos veladamente pedimos que nos rindan cuentas racionales sobre los hechos que nos ocurren, con los que no contábamos o que nos parecen impensables o que nos descolocan nuestra bien planeada vida.
Hay que sentirse criatura y no creador para actuar con la sencillez de José. En un sueño, un ángel de Dios le dice que este asunto es de Dios y que no tenga miedo en llevarse a esa mujer por esposa Y además, le dice el nombre que pondrá al niño. Asunto concluido. Al día siguiente José “se despertó y hizo lo que le había mandado el ángel”. Pues igual nosotros. Dejemos la lógica y lo explicativo para nuestros humanos asuntos. Cuando hablemos de Dios y de sus cosas, seamos obedientes y humildes y no pidamos explicaciones a quien no nos las debería de dar porque su única razón es el Amor y su único objetivo darnos la vida eterna. Y eso no nos puede caber en la cabeza por muy listos que seamos.
Jerónimo Barrio