En aquel tiempo, Jesús, llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia.
Estos son los nombres de los doce apóstoles: el primero, Simón, llamado Pedro, y Andrés, su hermano; Santiago, el de Zebedeo, y Juan, su hermano; Felipe y Bartolomé, Tomás y Mateo el publicano; Santiago el de Alfeo, y Tadeo; Simón el de Caná, y Judas Iscariote, el que lo entregó.
A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones:
«No vayáis a tierra de paganos ni entréis en las ciudades de Samaria, sino id a las ovejas descarriadas de Israel.
Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos». (Mateo 10, 1-7)
Jesús llama a sus discípulos y les da autoridad. Por ese orden. Primero llama y eso implica una vocación y luego da autoridad para ejercer una tarea.
Llama a personas concretas, con nombres concretos: “Santiago, Juan, Pedro…” y da instrucciones concretas: “expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad…” “No vayáis a tierra de paganos ni entréis en las ciudades de Samaria….”
Este pasaje del Evangelio es una reflexión sobre lo personal, lo cercano y lo concreto, que son las características más específicas de lo humano.
Muchas veces se nos va un poco la pinza con las cosas de Dios y nos quedamos mucho tiempo, sentados o de rodillas, esperando literalmente un mensaje del cielo, una “voz” que nos hable y que nos de una misión celestial.
Pero la realidad divina es más simple y el Señor utiliza habitualmente las mismas técnicas que tu Jefe de la empresa: elige, nombra, llama, da instrucciones….
Lo importante en todo esto es respetar ese orden que nace y viene de Dios. El es quien llama, quien elige y quien asigna tareas, no somos nosotros ni la vecina de enfrente.
A los discípulos les dio las que correspondían en ese momento en relación al llamado “secreto Mesiánico” que limitaba la predicación de Jesús a unos pueblos concretos y de preferencia a las ovejas descarriadas de Israel.
Es Dios quien nos llama a tareas espirituales o con repercusión espiritual, llama en un determinado momento y no en otro y llama para una tarea determinada y no otra. Esto nos puede ayudar a reflexionar un poco sobre las veces que cometemos la imprudencia de hacernos mensajeros no nombrados y con un mensaje no autorizado. Casi siempre metemos la pata y podemos hacer daño.
Dios nos ha llamado a una misteriosa tarea en esta vida que nos toca descubrir. Nos ha llamado por nuestro nombre: al sacerdocio, a la vida consagrada, al matrimonio… A unos, en su entorno, a otros muy lejos de él. A unos, para tareas simples, a otros para responsabilidad más complejas.
No esperemos voces del Cielo que nos digan lo que tenemos que hacer cuando y dónde. Dios habla en lo concreto. Si me llama a la vida consagrada me lo dirá poniéndome circunstancias y personas por el enviadas y autorizadas para llevarme a esta labor. Si me pide hacer un hogar cristiano, me pondrá las personas y circunstancias que me llevarán a ello.
Cuando a esas metas se llega por caminos adecuados, se llega bien y la vocación es de Dios.
No es bueno que yo decida algo sobre mi vida espiritual sin escuchar a las personas que Dios me ha puesto alrededor para aconsejarme sobre ello. Me puede encantar la idea de irme a la selva del Amazonas a evangelizar indígenas y resulta que lo que me pide a gritos Dios, por medio del cura de mi pueblo, es que le dé catequesis a los niños de la primera comunión. Me puede encandilar la idea de ser un sufrido médico como los de las pelis, que se va a un Hospital de campaña en África para ayudar a los negritos, supuestamente en el nombre de Dios, y tengo a mis padres ancianos abandonados y un dispensario de Cáritas que necesita voluntarios, al lado de mi casa. ¿Buscamos cumplir los encargos de Dios o los de nuestras fantasías y ensoñaciones? ¿Buscamos cumplir el querer de Dios o el nuestro?
Jesús nos deja claro en este Evangelio que llama, elige, encarga tareas…. El ya no está visible en persona, como el jefe de tu oficina, pero ha dejado a su Iglesia, la dispensadora y organizadora de sus asuntos. No nos hagamos los intrépidos y seamos más humildes y obedientes a su llamada, que aunque es a veces susurrada, si se quiere, se entiende bien.