Es muy ilusionante hablar de dos sacerdotes españoles, uno de ellos trabajando en el Vaticano, que además de enamorados de Cristo son unos apasionados de la fotografía. Sus fotos son cuadros contemporáneos, oraciones vivas de luz, de ilusión y de fe. Los dos se dejan sorprender por la presencia de Dios en la naturaleza y en la vida que los rodea. Y la retratan ensalzando el detalle más pequeño, glorificándolo a un altar de Gloria.
Segundo Tejado es un volcán de creatividad de una forma espontánea y conmovedora. Su fotografía es una experiencia vital, reflejo de su vida de sacerdocio por la que camina dejándose sorprender cada día por la presencia de Dios, activa y palpitante a su alrededor.
En esta obra, Encuentro con la Luz, Monseñor Tejado capta en movimiento la luz que desprende una vidriera. De alguna forma hace referencia a la luz estática que solemos asociar con las vidrieras en las iglesias, que filtra la luz recibida para desprender siempre el mismo mensaje, el mismo contenido con el que está configurada. Pero esa luz es cambiante y ese mensaje, dependiendo del momento de la vida en el que lo recibimos, nos dice una cosa u otra, no nos dice nada o incluso nos revela todo.
“Dios es luz y en Él no hay tinieblas” (Jn 1,5). Como dice Tejado: “Si Dios es Luz, es una luz que se mueve en la historia, en la vida de los hombres, en mi vida; buscando y zarandeando, en movimiento constante; buscando a sus hijos, mostrando a su Hijo, Luz del Mundo”. La vitalidad y el positivismo de este sacerdote enamorado de su vocación de servicio se traslucen en su fotografía como una carga eléctrica de fuerza, de vida y de ilusión. Gracias, Segundo, por manifestar tu don creativo para revitalizar la fe en nosotros, y por utilizar la fotografía contemporánea como un instrumento de nueva evangelización.
Carlos Dorado es casi un artista-científico, metódico, calculador, paciente y tremendamente perfeccionista. Saca brillo hasta a la rama más seca a través de su lente. Encuentra vida incluso en las hojas caídas, como metáfora de las personas perdidas, que se sienten hundidas en un vacío, caídas y sin sabia en sus venas que las revitalice, queriéndoles decir que en Cristo siempre existe vida, incluso tras la muerte. En esta obra en concreto, Espíritu de Vida, el Padre Dorado retrata las ramas secas del sauce, salix purpurea, casi como llamas de fuego que invaden el espacio y atraviesan nuestra alma cual flechas encendidas.
Parece una pintura más que una fotografía y ahí se aprecia el don del artista, su ojo profundo e inquisidor ante la naturaleza, revelando secretos obviados por un público corriente. Pero un sacerdote no es corriente, es ¡extraordinario! Y Dios en este caso lo ha ungido con la gracia de verlo y hacerlo presente a través de la naturaleza, convirtiendo sus fotos en campos de meditación e introspección personal.
En esta obra en concreto, la parte inferior de la imagen refleja la sequedad del ser humano cuando se encuentra en la lejanía de la presencia de Dios; pero esa aridez se va transformando e inflamando ante la venida del Espíritu Santo, y la correspondencia a la voluntad de Dios va tornando la muerte en vida.
La obra de Dorado son iconos en fotografía; traslucen el alma de la naturaleza, revelándonos el misterio de Dios. Con pinzas analiza cada planteamiento fotográfico, enfocando cada escena casi como un cirujano, diseccionando cada imagen de la naturaleza para descubrir en ella la esencia de nuestro Ser: Dios.
La Gracia de su sacerdocio se manifiesta en su don artístico. Gracias, Carlos, por acercarnos a Dios por medio de tu vida, de tu pasión y de tu entrega.
María Tarruella
Comisaria de Arte+Fe