En aquel tiempo, Jesús se marchó a Judea y a Transjordania; otra vez se le fue reuniendo gente por el camino, y según costumbre les enseñaba.
Se acercaron unos fariseos y le preguntaron, para ponerlo a prueba: «¿Le es licito a un hombre divorciarse de su mujer?»
Él les replicó: «¿Qué os ha mandado Moisés?»
Contestaron: «Moisés permitió divorciarse, dándole a la mujer un acta de repudio.»
Jesús les dijo: «Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación Dios «los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne.» De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.»
En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo.
Él les dijo: «Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio» (San Marcos 10, 1-12).
COMENTARIO
Dios es Dios, y el hombre sólo hombre: como dice la Escritura, el proyecto de Dios dura por siempre, y los proyectos de los hombres son nada y vacío: teniendo ojos no vemos, no oímos con nuestros oídos y se nos cierra el corazón a la verdad.
Este proyecto de Dios “del principio” se expresa claramente en el hombre, varón, y en la mujer, hembra (Gn 1,27). El ser humano es diverso, complementario y recíprocamente enriquecedor; es decir, perfectamente preparado para ser feliz. ¿De dónde, pues, tanta algarada sociocultural del “feminismo”? ¿De dónde tanto “machismo”? De una dureza de corazón que impide salir de uno mismo, dejarnos el pasado en la casa paterna y crear un futuro nuevo, que si no es nuevo no es futuro, y si no es futuro tampoco es nuevo.
Lo que subyace en el fenómeno cultural de hoy, tan doloroso y tan humanamente pobre y raquítico, es la cerrazón del alma, el acobardamiento ante el sufrimiento y desafío de hacer de dos carnes una sola.
Lo que hay en la raíz de este mal profundo del que habla el Evangelio de hoy es un corazón encogido, temeroso y cobarde: un corazón que no ama, porque el amor echa fuera de la vida el miedo y el temor.
Al irse Dios del mundo, en muchos hombres y mujeres alguien al salir ¡apagó el último la luz! Es para pensárselo: ¿a dónde iremos, si sólo el Señor Jesús tiene la Vida?