«En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: Ese acoge a los pecadores y come con ellos. Jesús les dijo esta parábola: “Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: ‘¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido’. Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse. Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas para decirles: ‘¡Felicitadme!, he encontrado la moneda que se me habla perdido’. Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta” ». (Lc 15,1-10)
Lucas es el evangelista de la ternura de Dios. El autor que con más delicadeza nos presenta las entrañas del Padre: Dios es misericordia. Comer con ellos es signo de amistad.
Estamos ante dos parábolas con la misma moraleja, que nos permiten contemplar a Dios como el Padre que siempre espera y perdona. La parábola de la oveja perdida presenta al Dios de la ternura yendo en busca de aquel discípulo que se ha salido del camino. La moneda perdida recuerda la preferencia del Dios de la misericordia por los pequeños y por todos aquellos que se “pierden”.
Jesús enseña a sus seguidores a ser buenos discípulos, pero en el centro de su enseñanza coloca la descripción de este rostro de Dios. Explica a sus amigos las cualidades que debe tener todo discípulo, y en estas parábolas les muestra la intimidad de Dios. Pero también sabe muy bien que los proyectos humanos suelen ser geniales e ilusionados, sin embargo, las respuestas son, muchas veces, tan solo mediocres.
No obstante, aunque huyamos de Dios, Él siempre nos acoge y nos espera, porque es amor y ternura. «Convenía celebrar una fiesta y alegrarse».
Miguel Iborra Viciana