«Este fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan a que le preguntaran: “¿Tú quién eres?”. Él confesó sin reservas: “Yo no soy el Mesías”. Le preguntaron: “¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?”. Él dijo: “No lo soy”. “¿Eres tú el Profeta?”. Respondió: “No”. Y le dijeron: “¿Quién eres?. Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?”. Él contestó: “Yo soy la voz que grita en el desierto: ‘Allanad el camino del Señor’, como dijo el profeta Isaías”. Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: “Entonces, ¿por qué bautizas si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?”. Juan les respondió: “Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia”. Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando». (Jn 1,19-28)
Preguntando, decimos, se aprende. En estos versículos —que estructuralmente pertenecen a la primera perícopa de las cuatro que integran la sección, Jn1, 19-51— hay muchas preguntas. Y Juan no escribe nada sin una intención precisa y determinada.
Para empezar, comencemos por el versículo último (28): el evangelista dice que todo lo que ha contado acerca del testimonio de Juan Bautista ha ocurrido en Betania “al otro lado del Jordán”. Es esta una expresión de claras resonancias antiguas: es el recuerdo del paso del río que Josué llevó a cabo con el pueblo para entrar en la tierra prometida. Al evangelista le interesa no solo, ni principalmente, el Bautista, sino el Mesías. Por eso Juan está en un territorio que evoca la llegada a la tierra de las promesas, aunque en este momento “Betania” puede ser un lugar fuera de los límites de Israel; en el lenguaje de San Juan evangelista lo que se está narrando ocurre fuera de las instituciones judías, habiéndolas superado y dejado atrás, es decir, con el Jordán como frontera entre los dos Testamentos.
Si Juan no es el Mesías, ni Elías ni el Profeta, a los fariseos que había en el grupo de los que preguntaban no se les podía pasar hacerle esta nueva interrogación —que yo considero la más importante, junto con el testimonio de la “Voz que grita desde el desierto” —: “¿Por qué, entonces, bautizas?”. La respuesta de Juan va mucho más allá de la pregunta farisea, porque explica la naturaleza de su bautismo y sirve de elemento de unión de todo su testimonio. Bautizar con agua articula la declaración de ser la voz que, en línea con los profetas, pretende preparar caminos al Mesías, con el testimonio acerca del que viene: “entre vosotros está ya presente, aunque no lo conozcáis, el que llega detrás de mí y a quién no podría yo ni quitar las sandalias”.
El bautismo de solo agua abre la puerta al del Espíritu. Pero esta apertura es tanto una ruptura con el judaísmo caduco y pasado, como una aceptación de la liberación definitiva traída por el Mesías. De algún modo la historia de Israel se haya compendiada en esta perícopa que comentamos. Sobre todas las demás intenciones del evangelista creo que es esta la que destaca: la historia de Israel ha llegado a su punto de cumplimiento; ahora empieza la del nuevo Pueblo de Yahvé, pues el Mesías “hestekên”, está presente, o mejor aún, se hace intencionadamente presente…, aunque no se le vea.
Israel, en este Mesías presente aunque de forma aún no clara, debería ver realizarse la consumación del paso del Jordán, tal y como Josué mismo se lo recordó a todas las tribus: “Reconoced con todo vuestro corazón y con toda vuestra alma que no ha fallado ni una sola de todas las promesas que el Señor, vuestro Dios, os había hecho; todas se han cumplido; no ha fallado ni una sola” (Jos 23,14).
La fidelidad de Dios es inquebrantable, la esperanza de Isarel se sostiene en este Amor fiel y sin condiciones. El evangelista Juan dice que el Mesías ha pasado el Jordán de la eternidad y se ha llegado al lado de acá, a nuestra tierra, a nuestra condición de hombres, siendo su encarnación una presencia “en medio de nosotros” que a la vez que le oculta, le manifiesta; hubo un hombre que, enviado por Dios, venía a darnos un testimonio de esta Luz, para que todos creyéramos por su medio, por su voz.
El agua del Jordán será cambiada por las “aguas que fluyen hacia la zona oriental, descienden hacia la estepa y desembocan en el mar de la Sal, de tal manera que, cuando hayan entrado en él, sus aguas serán saneadas… y habrá vida allí” (Ez 47,8-9). De la plenitud de este Mesías hemos recibido la vida gracia tras gracia. Cuando el Señor Jesús resucite, el bautismo por el Espíritu dará plenitud al testimonio de Juan en el desierto. Un tiempo de esperanza jubilosa se nos abre hasta la Pascua con este evangelio de hoy. Dios nos conceda, por María santísima, que así sea.
César Allende