«Yo haré que este pueblo halle gracia a los ojos de los egipcios, de modo que cuando partáis, no saldréis con las manos vacías, sino que cada mujer pedirá a su vecina y a la que mora en su casa objetos de plata, objetos de oro y vestidos, que pondréis a vuestros hijos y a vuestras hijas, y así despojaréis a los egipcios» (Éx 3,21-22).
La profecía que a continuación nos relata el autor del libro del Éxodo nos asombra hasta lo inimaginable. Si ya de por sí resulta poco menos que imposible que Israel pueda librarse del cepo de hierro que Egipto ha amarrado a sus pies; si, según todos los indicios, la cerviz del Faraón no se va a doblegar ante el Dios de Israel por muy persuasivas que sean las palabras y argumentaciones de Moisés ante él; por si todo esto fuera poco, Dios proclama, como si tal cosa, que Israel no solamente saldrá de Egipto sino que llevará en sus manos las riquezas, joyas y alhajas de sus habitantes.
La verdad es que esta profecía no parece muy verosímil. Que Egipto sufra en su carne unas desgracias a las que llamamos plagas, que consigan doblegar su soberbia de forma que consienta dar la libertad al pueblo de esclavos que tiene sometido y que tan buenos rendimientos le da, se podría considerar como algo razonable. Pero que, juntamente con la carta de libertad, a estos hombres que tanto han odiado y humillado colmen sus bolsas con sus riquezas personales, que salgan del país cargados con su oro, eso ya parece más que difícil de creer.
Sin embargo, prestemos atención a lo que dice Yahvé a Moisés inmediatamente antes de anunciarle la última y definitiva plaga. Más que un anuncio, es un mandato, algo que debe de hacer: «Dijo Yahvé a Moisés: Todavía traeré una plaga más sobre el Faraón y sobre Egipto; tras de lo cual os dejará marchar de aquí y cuando, por fin, os deje salir del país, él mismo os expulsará de aquí. Habla, pues, al pueblo y que cada hombre pida a su vecino, y cada mujer a su vecina, objetos de plata y objetos de oro. Yahvé hizo que el pueblo se ganara el favor de los egipcios… “(Éx 11,1-3).
A estas alturas no es cuestión de analizar si lo que Dios dice a Moisés que ha de hacer, tiene o no mucho sentido. La cuestión es que Moisés actuó según Dios le había dicho; y los egipcios, como quien dice aliviados por su marcha, agasajaron a los hebreos con dones valiosísimos: «Los israelitas hicieron lo que les dijo Moisés y pidieron a los egipcios objetos de plata, objetos de oro y vestidos. Yahvé hizo que el pueblo se ganara el favor de los egipcios, los cuales se los dieron. Así despojaron a los egipcios» (Éx 12,35-36).
Nos podríamos preguntar qué sentido catequético tiene el hecho de que Dios haya movido el corazón de estos opresores, hasta el punto de verse como en la obligación de despojarse de sus bienes personales más preciados, y dárselos a sus siervos. Esto es algo que, como ya he señalado, parece totalmente inconcebible, fuera de toda lógica.