En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo: «Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis. Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas. Pero, ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que ahora reís!, porque haréis duelo y lloraréis. ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas» (San Lucas 6, 20-26).
COMENTARIO
Hoy nos puede ayudar releer el número 1733 del Catecismo de la Iglesia Católica, porque está orientado al comentario de las Bienaventuranzas, y dice así: “La bienaventuranza prometida nos coloca ante opciones morales decisivas. Nos invita a purificar nuestro corazón de sus malvados instintos y a buscar el amor de Dios por encima de todo. Nos enseña que la verdadera dicha no reside ni en la riqueza o en el bienestar, ni en la gloria humana, ni en el poder, ni en ninguna obra humana, por útil que sea, como las ciencias, las técnicas y las artes, ni en ninguna criatura, sino solo en Dios, fuente de todo bien y de todo amor”. San Mateo se describe ocho bienaventuranzas, sin embargo vemos que Lucas las resume en cuatro, que van acompañadas de cuatro antítesis. A ambas narraciones puede aplicarse el texto citado.
Erraríamos plenamente si este texto no condujera a despreciar, a no valorar la familia, el trabajo, la sociedad, las diversiones; justo esos ámbitos son los idóneos en los que nos busca Dios y en los que nos encontramos con Él. El requisito elemental para ir lográndolo es dar a cada cosa, a cada actividad y, principalmente, a cada persona el valor que le corresponde, el que Dios le ha dado.
¿Cómo lograrlo? Una vía estupenda es luchar por ser humildes, por andar en verdad, condición previa para la autenticidad de todos los valores. La humildad es tener la seguridad de que “sin Mi no podéis hacer nada” (Jn 15, 1), es imitar a Jesucristo que nos dice “Aprended de Mi que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11,29). No estamos destinados solo a poseer la tierra. Estamos llamados al Reino de los Cielos, a un más de amor eterno y que, humildemente vamos hacia él si marcamos nuestra vida con el espíritu de las Bienaventuranzas.