En aquel tiempo, los setenta y dos volvieron muy contentos y dijeron a Jesús: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre.» Él les contestó: «Veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad: os he dado potestad para pisotear serpientes y escorpiones y todo el ejército del enemigo. Y no os hará daño alguno. Sin embargo, no estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo.» En aquel momento, lleno de la alegría del Espíritu Santo, exclamó: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar.» Y volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: «¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que veis vosotros, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron» (San Lucas 10, 17-24).
COMENTARIO
Es sin duda una dicha inmensa tener ojos para ver y oídos para oír. Es la fe la que nos trae esos ojos y esos oídos que nos permiten a tantos ver y oír donde otros no ven ni oyen. Me siento inmensamente afortunado y agradecido Señor porque te hayas fijado en mi dándote a conocer y llamándome por mi nombre para seguirte. No tengo otro anhelo que hacer tu voluntad cada día porque haciendo tu voluntad y descansando en ti siempre encuentro la paz, la alegría y el consuelo que necesito para seguir mi camino, tu camino. Mi alma anhela estar siempre contigo y vivir en ti como tú y el Padre sois uno. Cada día de mi vida espero poder vivir en ti porque todo lo demás sé que es vanidad de vanidades. Sólo tu Señor, que lo sabes todo, conoces mis debilidades y mis sufrimientos. Sólo tu Señor puedes llenar mis vacíos y perdonar mis pecados reconstruyendo cada dia ese hombre viejo que busca la felicidad donde no la hay porque solo en ti, dueño y autor de mi vida, puedo encontrar la plenitud y la eternidad que busca mi ser más profundo, mi alma. Ayúdame a descubrir tus huellas para que mis pasos de cada día se ajusten a ti. Que este pobre pecador que te ha conocido te vea hoy en los acontecimientos y escuche tu voz. Necesito para ello hacerme pequeño. Ser uno más de esa gente sencilla a la que, como dices en este evangelio, tú te has revelado. Quiero seguir escuchando un día más tu voz. Esa voz que hace años me dijo lo mismo que le dijiste tu a aquel ciego: “…Vete, lávate en la piscina de Siloé (que quiere decir enviado). El fue se lavó y volvió ya viendo” Juan 9,7. Que puede seguir viéndote hoy para que los demonios, que siempre me acechan, se sometan con tu ayuda.
¡Buen día con el Señor!