En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles: «Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán la misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo, que de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.»
«Al ver Jesus el gentío…. se puso a hablar, enseñándoles».
Este Sermón del Monte, surge como una respuesta a lo que Jesus ve en el gentío, y es una serie de sentencias en las que nos enseña a ser «dichosos».
¿Cuál es la misión de Jesús entre nosotros? Dios ha querido revelar al hombre una noticia, darle certeza de la posibilidad de una novedad a través del encuentro con alguien que le haga presente que en medio del sufrimiento, las pruebas, la espera se puede ser dichoso.
Al ver Jesus el gentío, la visión de Jesús nos asegura que Dios nos ve y nos dirige Su Palabra. Dios se ha relacionado con nosotros dirigiéndose a nosotros a través de la Encarnación, haciéndose hombre como nosotros, caminando entre nosotros, teniendo un rostro, unos ojos, una voz que pudiésemos escuchar y, escuchándole, ser dichosos.
Aunque un aspecto interesante de este Sermón es que, pareciera estar dirigido a gente que estuviese desencantada de hacer el bien, de hacer presente la justicia entre sus hermanos y, Jesus viendo la necesidad de dar sentido a los sufrimientos padecidos por hacer el bien, nos asegura que toda obra buena no queda sin recompensa, más aún, cuando se sufre por su causa.
P. Miguel Angel Bravo