En aquel tiempo, Juan envió a dos de sus discípulos a preguntar al Señor: – «¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?»
Los hombres se presentaron a Jesús y le dijeron: -«Juan, el Bautista, nos ha mandado a preguntarte: «¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?»»
Y en aquella ocasión Jesús curó a muchos de enfermedades, achaques y malos espíritus, y a muchos ciegos les otorgó la vista.
Después contestó a los enviados: – «ld a anunciar a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Y dichoso el que no se escandalice de mí.» (Lc 7, 19-23)
Ell escándalo es una dificultad sobrevenida en el camino para poder seguir caminando. La persona encuentra un escollo que le imposibilita el paso normal o incluso el seguir su ruta. No es el “ya no aguanto más” o “ya voy a tirar la toalla porque esto es la gota que ha colmado el vaso”. El escándalo va por vía de herida, no de cansancio. Es una herida la que hace difícil el normal avance. En sentido físico encontramos algunos ejemplos en las Escrituras: “No insultarás al sordo, ni ante el ciego colocarás tropiezo”(Lev 19,14). Este sería el escándalo, ese leño o esa piedra que hace caer al transeúnte. En el libro de Judit se presenta, se amplía esta realidad presentando las dificultades en el terreno como defensa militar: “Dieron aviso a Holofernes, general en jefe del ejército de Asur, que los hijos de Israel se aprestaban a la guerra; que habían cerrado los pasos de la montaña, amurallado toda cumbre de monte elevado y puesto emboscadas en los llanos” (Judt 5,1). La montaña está llena de escándalos; son las dificultades bélicas en la orogenia para que el enemigo no gane terreno.
Esta causa de tropiezo material pasa a ser en sentido moral causa de ruina personal, en su significación amplia. “Y ahora señor poderoso, si se halla delito en este pueblo y pecan contra su Dios; si descubrimos en ellos semejante escándalo, subiremos y los derrotaremos” (Judt 5,20). Un pueblo que peca siendo ocasión de que otros se desvíen en su caminar moral o religioso. El escándalo es en este caso un pecado fuente a su vez de ulteriores pecados, heridas y desvíos del recto camino. Es una ofensa que paraliza, que retiene en propio sufrimiento la marcha hacia la bondad.
Ídolos que escandalizan, “tropiezos para las almas” (Sab 14,11). El escándalo es así una acción que induce a pecar a los demás (Mt 18,7. Lc 17,1). La carta a los Romanos distingue sutilmente algo que ofende levemente, un simple tropiezo (proskoma) de algo que incita a pecar más gravemente (escándalo). “No debéis poner a vuestro hermano tropiezo o escándalo” (Rom 14,13). El escándalo pues no es cualquier cosa, es una dificultad ofrecida en el camino ante la cual hay que saber protegerse para progresar sin miedos en la marcha por los caminos del evangelio.
El Señor hablando con Pedro le dice a Satanás que le escanzaliza, que le hace tropezar (Mt 16,23). Es el demonio esta vez el que valiéndose de un hombre intenta que el Mesías escoja el camino de los hombres y no el de Dios. Es este el sentido primordial de la desolación tal y como nos la pinta san Ignacio: “Propio es del mal espíritu morder, tristar y poner impedimentos inquietando con falsas razones para que no pase adelante”. Esta es la clave del escándalo: el no seguir, el disuadir de la ilusión santa, que la persona se haga daño y se le quiten las ganas de seguir caminando.
Jesus anuncia que todos se escandalizarían de él aquella noche de pasión (Mt 26,31). En otra ocasión hablando de que se iba a dar en alimento eucarístico preguntó a sus oyentes que si les escandalizaba (Jn 6,60). Y ahora en este pasaje (Lc 7,19-23) nos dice que felíz el que no se escandaliza de él.
Jesucristo nos pone en alta tensión, en la “tensión de la caridad” (1 Pe 4,8). La felicidad consiste en la vida de caridad, en la entrega gozosa de amor. Esta caridad va a escandalizar a nuestros pecados y así debe ser. El Señor da un golpe mortal a nuestro orgullo para que pueda brotar la vida de caridad, en la que consiste el Cielo, la vida divina. Hay heridas que proceden del mismo Dios y que conducen a Dios. Esas son las buenas. Son heridas sanantes, que nos conducen a una mejora en la caridad.
Si la herida del Señor la vivo bien el escándalo no será tropiezo sino prueba a superar para superar, es decir, para superar mi egoísmo o soberbia. Si no la supero el escándalo ejercerá toda su eficacia malévola para que la persona no avance y quedaremos atrapados en el suelo, en el miedo del progreso.
Santa Teresa nos cuenta que cuando se recibe una gracia nueva de oración la persona puede escandalizarse, es decir, asustarse, por no estar acostumbrado a lo nuevo que se recibe. Hay que superar esos estados paralizantes de estupor y seguir, aún sin entender, hasta el final.
De modo que podemos distinguir escándalos procedentes del diablo que tienen por fin el alejamiento de Dios por parte de la persona. Hay escándalos que proceden de los hombres que pueden ser inspirados por el mismo Satanás, con la finalidad que acabamos de decir, o frutos del propio pecado, y escándalos impropiamente dichos porque no tienen entraña de maldad sino de madurez. Hay avances que escandalizan en un principio por lo que tienen de novedad y no por lo que puedan tener de malo, que en su caso no tienen nada; por ejemplo, las irlandesas fundadas por Mary Ward, que escandalizaron por ser religiosas de impronta ignaciana y no monástica. Y por último están los “escándalos” que Dios ocasiona y que no son sino oportunidades maestras de crecimiento espiritual.
Cuando Cristo dice feliz, dichoso, bienaventurado, el que no se escandaliza de él está afirmando que feliz el que supera las pruebas divinas y no se echa atrás. Es todo positivo, es todo bueno, no puede ser de otro modo.
Los escándalos de la Iglesia son un híbrido de pecado humano y de permisión de Dios que no tiene otro carácter que el de ser prueba para los elegidos. Lutero parece que no superó la prueba y escandalizó más. San Ignacio sí la superó, llegando a fundar una Orden de mérito sobrenatural innegable.
Feliz y superdichoso si superamos con la ayuda de la gracia la prueba, vivida psicológicamente como escándalo. Si no superamos tenemos escándalo. Si supero, preciosa prueba.