«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: “No penséis que he venido a la tierra a sembrar paz; no he venido a sembrar paz, sino espadas. He venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; los enemigos de cada uno serán los de su propia casa. El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí; y el que no coge su cruz y me sigue no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará. El que os recibe a vosotros me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado; el que recibe a un profeta porque es profeta tendrá paga de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo tendrá paga de justo. El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pobrecillos, solo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro”. Cuando Jesús acabó de dar instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí para enseñar y predicar en sus ciudades». (Mt 10,34–11,1)
Hoy viene la Palabra a escrutarnos en lo secreto, en dónde no puedes engañar a nadie. Vivimos en una sociedad que se pasa el día simulando, de forma hipócrita, y buscando su propia satisfacción y el Señor —entristecido por nuestra forma de vivir— se para y nos dice: Si en tu vida no hay persecución, si todo es una balsa de aceite, si está llena de alianzas con tus hijos, esposo o esposa, suegros, y demás familiares, si en el trabajo eres “salsa” para todo tipo de comidas, tengo que decirte que no eres digno de ser llamado cristiano. Jesucristo ni exagera ni se está inventando absolutamente nada en esta predicación. Nos está ayudando a centrar el primer y principal mandamiento que Dios dio al hombre a través de Moisés en el Sinaí: “Escucha Israel, el Señor es un solo Señor. Amarás a tu Dios con todo tu corazón, con toda tu mente, con todas tus fuerzas”. No hay novedad en la Palabra de Dios: “El que quiere a su padre, a su madre, a sus hijos y hasta su propia vida más que a mí no es digno de mí”. Por eso aquel que quiere verdaderamente ser cristiano tiene predestinado un combate a muerte contra el maligno, y todo aquel que lo tenga como señor, sea tu hijo, tu padre, o tu hermano, como dice muy bien el libro del Apocalipsis: “Y se llenó de ira el dragón contra la mujer, y se fue a hacer la guerra al resto de su descendencia, los que guardan los mandamiento de Dios y mantienen el testimonio o de Jesús”.
El hombre libre ama. El esclavo vive pendiente del afecto de los demás por el cual es capaz de pagar cualquier precio. Hoy el Señor viene a interrogarte, como a Pedro que experimentó en su propia carne cómo salvando su vida ciertamente la estaba perdiendo: “¿Me amas más que estos?”.
Podría escribir folios sobre este tema pero sería una pérdida de tiempo. Esta Palabra, muy seria, nos invita a meditar hoy nuestra verdadera actitud ante Dios y ante los hombres en este momento de nuestra vida. Párate y dialoga con el Señor.
Es el mismo Dios el que se nos presenta a través de su Iglesia en sus múltiples facetas y a todos aquellos que reciban a esta Iglesia, por creer verdaderamente que es Dios encarnado hoy, recibirán como recompensa esa agua que ofrece Jesucristo que nos hace saltar por encima de la muerte hasta la vida eterna.
Ángel Pérez Martín