De sobran saben ustedes amigos y también los “sólo conocidos” -¡que no es lo mismo, aunque sí lo quisiera!-, que no lo hay como el rato de insomnio que precede al sueño, normalmente de un tirón, para pensar, meditar o hacer examen de lo hecho u omitido durante el día. Lo que bien puede ser, o lo es si no lo hicimos antes, el examen de conciencia. Con otra versión más significativa para quien no tenga la anterior y muy sana costumbre, para repasar lo escrito en esa hoja en blanco que se nos ofrece para escribir cada mañana al comenzar el día activo. Los borrones que se nos han caído sobre ella con nuestras faltas; las buenas, regular o malas acciones que le damos su significado en los puntos y comas; en los “comenzar y recomenzar”, que pueden ser los puntos y seguido; o los más importantes puntos y aparte, que llevan la determinación de una vida nueva. Página que expresa lo que es y será ya irrepetible cuando sobre lo escrito ponemos el punto final…
Poco antes de todo eso y ya (perdonen la vulgaridad) “metido en el sobre”, escuché a la mi esposa algo referido a desmontar el Nacimiento. De inmediato, el cerebro adormilado recobró una actividad inusitada. Y pensé, acelerado, en los villancicos que no había recordado…
Por una pequeña rendija de la persiana no ajustada del todo abajo, vi la negrura del firmamento que presagiaba las muy ansiadas lluvias. Enseguida y al echar de menos las estrellas recordé, gozoso, otro villancico más que los dichos momentos antes de una cena frugal.
Nuevamente el coro familiar entonó “in mente”:
“Tiemblan las estrellas con raro temblor/ Jesús Niño tiembla de frío y Amor/ Suavemente proseguimos:
Ya bajan los santos cantando maitines/ y el viento nos trae rumor de violines/ y el viento nos trae, rumor de violines/. Con nueva estrofa repetimos el canto inicial aún más afinado:
Tiemblan las estrellas…
Y a continuación la nueva estrofa, que presupone el traslado de la Familia desde el establo a una casita en Nazareth:
Su Madre en la cuna/ feliz balancea/ cantando al mecerle/ la nanita ea/ (bis).
Y para mejor entender que el Dios-Niño es Amor, finalizamos –ahora sí y no sin una miajita de tristeza porque finaliza el tiempo de Navidad -:
Tiemblan las estrellas con raro temblor/ Jesús Niño tiembla de frío y de Amor/”.
Porque finaliza “hoy” el tiempo de Navidad con el Bautismo del Señor, les cantaré… mi último villancico, no muy seguro de que todo él sea inédito.
“Pastorcitos, pastorcitos, los del prado y los del monte/ el ganado abandonad/, el ganado abandonad/.
No durmáis en esta noche, no durmáis en esta noche/ el pandero y la zambomba acompañen vuestras voces/ que ha nacido en un pesebre (¿) / el rey de los corazones”.
Al tiempo de ver cómo las figuras del Misterio quedan cuidadosamente depositadas para el sueño de todo un año, repito mis villancicos con la mirada fija en la luz que ilumina el Portal desoladoramente vacío.
Si Dios es servido, que Él nos conceda otra nueva Navidad.
Carlos De Bustamante