¡«En aquel tiempo, los judíos agarraron piedras para apedrear a Jesús. Él les replicó: “Os he hecho ver muchas obras buenas por encargo de mi Padre: ¿por cuál de ellas me apedreáis?”. Los judíos le contestaron: “No te apedreamos por una obra buena, sino por una blasfemia: porque tú, siendo un hombre, te haces Dios”. Jesús les replicó: “¿No está escrito en vuestra ley: ‘Yo, os digo: Sois dioses’? Si la Escritura llama dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios (y no puede fallar la Escritura), a quien el Padre consagró y envió al mundo, ¿decís vosotros que blasfema porque dice que es hijo de Dios? Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis, pero si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que comprendáis y sepáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre”. Intentaron de nuevo detenerlo, pero se les escabulló de las manos. Se marchó de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde antes había bautizado Juan, y se quedó allí. Muchos acudieron a él y decían: “Juan no hizo ningún signo; pero todo lo que Juan dijo de este era verdad. Y muchos creyeron en él allí». (Jn 10,31-42)
Viernes de Dolores de 2015. Los dueños de la ley: aquellos que han reducido toda la experiencia del pueblo de Israel de su relación con Dios a través de la historia a una serie de normas estrictas y estéticas ya han decidido condenar a Jesús por identificarse como el Hijo de Dios. La Iglesia nos plantea hoy esta lectura donde se «mastica» la tensión. Los que le asedian no soportan sus palabras, sus gestos, sus milagros. Ellos al domesticar la ley —entregada por Dios en el Sinaí como camino de vida— se han hecho dioses del pueblo aunque no lo manifiesten con sus palabras y desprecian a aquel que confirma la relación con el Padre en las obras que realiza.
Esta Palabra nos busca a ti y a mí en el comienzo de esta Semana Santa del 2015. ¿Te crees diferente a estos judíos que quieren apedrear a Jesús? ¿Cómo te sientes cuando alguien con buen corazón y buenas obras no comulga con las normas del carisma donde vives tu fe y que has convertido en un puñado de leyes infranqueables? Necesito simplificar más la pregunta. ¿Vivo mi fe desde el amor, la misericordia y, sobre todo, la justificación.
Jesucristo manifiesta con insistencia tantas veces: “Yo no he venido a juzgar” Él ha venido a amar, a justificar, a tendernos una mano y sacarnos de nuestros pecados, como veíamos hace pocos días con la adúltera. Si nos planteamos vivir estos días que vienen con el pensamiento centrado únicamente en preparativos, en que salga todo perfecto, e imponemos toda clase de normas y restricciones y juzgamos a los que no “entran por el aro” de nuestra perfección, estaremos —sin darnos cuenta— anulando al verdadero protagonista de esta semana y nos pondremos a nosotros en su lugar.
Solo recordar la palabra que el Papa utiliza de forma frecuente cuando habla de los fariseos, saduceos y demás religiosos de élite: «corruptos». El pecador —citando palabras del Papa Francisco— tiene posibilidad de conversión, pero el que está parapetado en la ley y hace de ella su modo de vida lo tiene más complicado porque está corrompido. Que el Señor no nos coja con el corazón corrompido, defendiendo con nuestras leyes «religiosas» las gracias que un día el Señor nos regaló e intentando «apedrear» a otros en los que también está Cristo. Todavía tenemos tiempo de cambiar de mentalidad. Que la Virgen María, en este Viernes de Dolores, nos ilumine el camino para poder seguir a Jesús, que es la única Verdad.
Ángel Pérez Martín