En aquel tiempo, a unos fariseos que le preguntaban cuándo iba a llegar el reino de Dios Jesús les contestó: «El reino de Dios no vendrá espectacularmente, ni anunciarán que está aquí o está allí; porque mirad, el reino de Dios está dentro de vosotros.»
Dijo a sus discípulos: «Llegará un tiempo en que desearéis vivir un día con el Hijo del hombre, y no podréis. Si os dicen que está aquí o está allí no os vayáis detrás. Como el fulgor del relámpago brilla de un horizonte a otro, así será el Hijo del hombre en su día. Pero antes tiene que padecer mucho y ser reprobado por esta generación.» Lucas (17,20-25):
Queremos saber. El temor a lo desconocido, a la muerte, al absurdo del futuro para nuestra mente nos empuja a hacer preguntas. Esta lectura, bajo el punto de vista de la razón humana es ilógica. No tiene «ni pies ni cabeza». Preguntan un cosa concreta y Jesús les sale «por peteneras». Ya se lo dijo en una ocasión a un hombre sabio llamado Nicodemo: «el viento sopla donde quieres y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va». Toda la entrevista a Nicodemo (Jn 3, 1-21) nos da la clave para entender esta Palabra. «El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios». Asimismo en el Sermón de la montaña Jesús ha dicho que serán bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios. No podemos intentar colocar a Dios en nuestra vida como un «mueble» más. No podemos ver a Dios con un corazón pagano; no podemos entenderle desde la mentalidad razonable de las cosas, sino que «veremos» el Reino de Dios si nacemos del agua y del espíritu; «Contemplaremos» el Reino de Dios si limpiamos nuestro corazón de idolatrías. ¿Sabes por qué no ves a Dios en tu vida, te sientes abandonado y dudas? Porque estás apegado a este mundo y quieres tener el control de lo que ocurre en tu vida. No pretendo enseñar a nadie sino poner de manifiesto lo que me ocurre tantas veces a mí. El Señor nos llama a la conversión con esta Palabra. Para que se dé este Reino de los Cielos en tu corazón el Señor tiene que echar a todos los mercaderes que se han apropiado de él: «Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará: de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar; y os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne». (Ez 36, 25-26.
Nos dice el Señor que desearemos tener un día con Él, porque «estar con Él es con mucho lo mejor» –dice el salmista– pero no podremos. El Señor no es un «muñeco» para que nosotros juguemos cuando nos apetece. Esta palabra nos invita también a estar «ya» alertas. El Señor pasa fugazmente por nuestra vida sin saber cuándo ni dónde. Por último nos da la misma señal que les dio a sus apóstoles: antes de que se dé su día tiene que ser reprobado y padecer mucho en nuestra generación. La Cruz es el camino hacia la nueva creación. Es el lugar seguro dónde encontrarse con el Hijo del Hombre. Es la puerta estrecha que nos da paso al cielo. Pidamos al Señor un corazón limpio, despreciemos nuestros proyectos y acudamos a la Iglesia para que nos engendre de agua y de Espíritu para poder así «entrar en la mentalidad» de Dios y descubrir en nuestro corazón el Reino de los cielos.