A pesar de que el porcentaje de contribuyentes que han confiado en la Conferencia Episcopal para asignarles el 0,7% de sus impuestos sigue cayendo, en la Conferencia Episcopal consideran buena noticia haber recaudado más dinero, en un incremento provocado por la subida de la cuota media de los declarantes que sí ponen la X.
Lo de Viganò es un caso extremo, exagerado, fraudulento de tratar de convertir una brusca negativa en un espaldarazo al Papa reinante, pero ese estilo particular de retorcer la información para presentar como buena noticia una preocupante tendencia ha encontrado ávidos imitadores en el Departamento de Comunicación de la Conferencia Episcopal Española.
Informan sobre ese asunto que tanto preocupa a nuestros prelados, la financiación, concretamente esa parte para la que usan los organismos del Estado -la Agencia Tributaria, en este caso- a modo de recaudador de nuestros dineros. Y lo hacen con el siguiente titular: ‘Aumenta un 2,83% la cantidad destinada por los contribuyentes a la Iglesia católica’.
Pues estupendo, ¿no?
No, realmente.
La noticia relevante, la que debería alarmar a la jerarquía española y el dato que debería importarle bastante más que el monto en euros es que ha descendido por primera vez desde 2007 las declaraciones de la renta a favor de la Iglesia. Es decir, son menos las personas que deciden marcar la X en la casilla de la Iglesia.
Según la nota de la CEE, el descenso habría sido muy menor. Leemos: “El número de declaraciones a favor de la Iglesia ha sido 7.112.844. Teniendo en cuenta las declaraciones conjuntas, más de 8,5 millones de contribuyentes destinan a la Iglesia el 0,7% de sus impuestos. Esto supone que el porcentaje de asignación llega al 33,54%, descendiendo en 1,39% en relación al ejercicio anterior”.
Esperamos muy sinceramente que la persona que ha realizado este cálculo no sea el encargado de administrar esos fondos, porque, o no se aclara, o manipula: el año anterior, el porcentaje de declaraciones cn la X a favor de la Iglesia fue del 34,93%; este es del 33,54%, lo que supone, para quien calcula porcentajes en la Conferencia, un descenso del 1,39%, esto es, 34,93-33,54. El descenso es del 3,98%, que es el resultado de dividir esa diferencia de 1,39 puntos entre el 34,93%.
En números absolutos, 234.000 personas menos que el año anterior decidieron beneficiar a la Iglesia con sus impuestos.
Como vivimos instalados con Alicia en el País de las Maravillas, donde hasta las malas noticias tienen una explicación benévola e inocente, en la rueda de prensa el vicesecretario general para Asuntos Económicos de la Conferencia Episcopal Española (CEE), Fernando Gimenez Barriocanal, culpa del descenso a que el año pasado se habilitó la nueva declaración telemática -234.000 personas, recuerden- y achaca el aumento del total a que pagan más de los que más tienen, con rentas de más de 30.000 euros brutos anuales.
Naturalmente, para un sucesor de los apóstoles, no habría alegría por ese aumento de la bolsa sino preocupación por esos 234.000 que, obviando los caídos por causas telemáticas, han decidido que la Iglesia no merece sus doblones. Porque lo primero no es importante una Iglesia que, Francisco dixit, se quiere “pobre para los pobres”, mientras que lo segundo son almas. Concretamente, 234.000.
Por supuesto, no marcar la X no es prueba de apostasía, ni mucho menos; ni todos ni probablemente la mayoría de esos que han dejado de hacerlo han tenido por qué abandonar la Iglesia. Se me ocurren, así de pronto, varias razones para no hacerlo.
Una puede ser, desgraciadamente, el abandono de la fe. No es en absoluto imposible que la desesperación ante una Iglesia sumida en la confusión doctrinal sobre asuntos absolutamente centrales haya llevado a los de fe más débil a desesperar. Suponemos y esperamos que sean los menos.
Otra posibilidad es que en esta huelga de bolígrafos caídos haya mucho de voto de protesta contra la actuación de la Iglesia española, tan sumisa al poder, más afanada en mensajes políticos que poco o nada tienen que ver con el mensaje evangélico -como su reverencia a la Constitución o su inoportuna y dividida opinión sobre el ‘procés’- y tan poco vibrante y celosa ante gravísimas cuestiones que atacan directamente a su concepción ontológica del ser humano, como la abominable política de género. Tampoco es probable que detalles como el de reclutar a la Virgen María para la vergonzosa huelga de las mujeres vaya animar a muchos a marcar la X en su próxima declaración.
Por último, puede tratarse de una reflexión al hilo de la línea anunciada por el propio Francisco al inicio de su pontificado, esa “Iglesia pobre para los pobres” que citaba antes. Su Santidad ha sido infatigable en señalar el poder corruptor del dinero y en insistir que de él se derivan casi todos los males. Siendo así, empobrecer nuestra Iglesia parece una forma bastante obvia de mejorarla y apartar de ella un sinnúmero de tentaciones.
Pero, ¿y los pobres, y el ejército de desamparados de que se ocupan los servicios dependientes de la Iglesia? Los pobres, en palabras de Cristo, los tendremos siempre entre nosotros y son responsabilidad del laicado tanto como de la jerarquía. Nada impide al católico contribuir con sus manos o su bolsa a todo tipo de actividades sociales. Por lo demás, cualquier merma en el presupuesto para caridad puede compensarse con lo que la CEE destina a la COPE o a 13tv.