Acabamos, como quien dice, de celebrar la fiesta de Pentecostés. Y aunque la mayoría de nosotros sabe muy bien qué es lo que celebramos, no está de más dedicar unas líneas a este tiempo que culmina la Pascua, y que nos abre al gozo del Espíritu. Es a partir de esta experiencia de gracia cuando los cristianos podemos –empapados del Espíritu santo- hacer las verdaderas obras de Cristo Jesús. Así que, dedicado a aquellos que aún no han descubierto a ese Espíritu santo que habita en quien desea recibirlo, van estas líneas…
Pentecostés es la fiesta con la que la Iglesia clausura la Pascua de Resurrección. Son cincuenta días de júbilo pascual, de gozo inmenso, al final de los cuales y porque Jesús no quiere dejarnos huérfanos, desamparados, nos hace donación de su Espíritu, que es el Consolador magnífico, nuestro abogado defensor, nuestra Paz, nuestra alegría… Pentecostés, es la fiesta de la comunión por excelencia. Nuestros pecados nos llevan a romper el cordón umbilical que nos une con Nuestro Padre Dios, e inmediatamente también la unión con los otros. Recordemos el pecado de nuestros primeros padres, desobedecieron a Dios y a continuación aparece la ruptura con los otros (Caín y Abel). Pero el Espíritu de Jesús viene en Pentecostés a sanar lo que está enfermo, a regar lo que aridece, a bendecirnos con su Paz, a darnos discernimiento. Venimos de la confusión, de la torre de Babel de nuestro orgullo, nuestro egoísmo, nuestra incapacidad de amar; y en esta efusión del Espíritu somos transformados mediante la fe en personas nuevas capaces de amar al otro: al que nos incordia, al que no nos acepta. Y esta transformación se realiza dentro de la Iglesia, pues si bien es verdad que Dios es padre de todos los hombres, también es cierto que el Espírito Santo se derramó por primera vez sobre la Iglesia naciente en un lugar concreto, el cenáculo, en un día concreto, Pentecostés, y sigue volcándose sobre la actual Iglesia que lo espera con fe, sin interrupción desde entonces.
Esta fiesta es motivo de gran gozo, en ella los cristianos pedimos se derrame sobre nosotros el Espíritu Santo, y nos conceda sus dones: sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Y también sus frutos: caridad, gozo espiritual, paz, paciencia, benignidad, generosidad… etc. Con ellos se construye la Iglesia que nació de la herida preciosa del costado de Cristo en la cruz -cuando un soldado le atravesó el pecho con la lanza y brotó de él como fuente inagotable sangre y agua, símbolos de los sacramentos bautismo y eucaristía-. De este manantial nacimos nosotros, los cristianos, que somos congregados en la unidad por el Espíritu Santo que nos hace partícipes mediante la fe de todos estos bienes.
Isabel Rodriguez De Vera.