«En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto. Y añadió: “Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa”. Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban». (Mc 6, 7-13)
El evangelio de hoy nos narra la primera misión que el Señor encarga a los discípulos y, en concreto, a los Doce. Y les envía solos, de dos en dos. Él no les acompañará y apenas les da consejos para llevarla a cabo; y los que les da parecen más bien negativos: no llevéis dinero, ni alforjas, no os proveáis de alimento, quedaos en los lugares en los que os reciban. Un bastón, sandalias.
San Lucas escribe que les envió “a predicar el reino de Dios y a hacer curaciones”. Marcos, más sobrio, se limita a señalar que les dio “autoridad sobre los espíritus inmundos”.
Ellos saben que Jesucristo es “la Luz del mundo; el que me sigue no anda en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12). Y han oído de la boca del Maestro la invitación a la “conversión, porque se acerca el Reino de Dios”.
Cuando se ponen en marcha hacia los lugares cercanos a Jerusalén, en sus oídos resonaban las palabras que les dirigió el Señor en otra ocasión: “Vosotros sois la sal de la tierra (…) Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse la ciudad asentada sobre un monte. Así ha de lucir vuestra luz ante los hombres para que, viendo vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos” (Mt 5, 13-16).
¿Cómo podrán ellos, doce hombres corrientes, anunciar que el Reino de Dios está ya cercano? ¿Cómo podrán reflejar la luz que reciben de Dios, que reciben de los ojos, de los labios, del corazón de Cristo?
Confiados en el mandato recibido, y conscientes de la Verdad que habían recibido., y renovados en su Fe, porque saben que Jesucristo tiene “palabras de vida eterna”, “salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban”.
Ellos se ponen en marcha conscientes de que no van a hablar en nombre propio; no van a manifestar a los hombres las ocurrencias de su cabeza y de su corazón. Van a anunciar “lo que han visto y oído” (Act. 20). Van a anunciar el nombre de Dios, preparar los caminos que recorrerá Jesucristo; preparar el espíritu de los hombres para que le reciban en su corazón y en sus hogares. Para que el Señor encuentre hogares que le acojan; no posadas que le rechacen.
Los Doce van a transmitir no sus propias palabras; van a dar a conocer la Palabra de Dios, que se ha hecho hombre. Van, como harán todos los apóstoles a lo largo de los siglos, a a dar a conocer la luz recibida de Dios, la Luz que ha bajado del Cielo, la Luz de Cristo, que es “El Camino, La Verdad y la Vida”. Y lo van a hacer con la palabra y con las obras: “echarán demonios”.
¿Qué sentido encierra ese “echar demonios”? Jesucristo les da autoridad y poder para invitar a los hombres al arrepentimiento, a la penitencia, a vencer el mal, y el pecado. Y, a la vez, a curar enfermos: porque Jesucristo quiere acompañar a los hombres en sus tribulaciones espirituales y humanas: “Venid a Mí todos los que estáis fatigados y yo os aliviaré”. Y les recuerda que, para llevar a cabo su misión, han de ser hombres sembradores de paz. Que se queden donde los reciban.
¿Nueva evangelización? ¡Permanente, constante y eterna evangelización, a la que estamos llamados todos los hombres y mujeres que creemos en la Encarnación del Hijo de Dios, y que durará hasta que el Señor ponga final a la aventura humana sobre esta planeta Tierra.
Echar los demonios. Adelanta el poder que un día dará les dará a los Apóstoles de perdonar los pecados en su nombre. La autoridad es siempre Jesús. Los demonios solo se alejan ante el nombre de Jesús; los pecados se perdonan en el nombre de Jesús. Los Doce, que un día no lejano se dispersarán por todos los caminos que desde Jerusalén llegan hasta los confines del mundo, salen ahora al encuentro de quienes esperan la llegada del Mesías aunque no lo sepan. Como hoy.
“El deseo de conocer a Dios verdaderamente, que es el deseo de ser el rostro de Dios, está presente en todos los hombres, incluso en los ateos”, nos recuerda Benedicto XVI, en su constante invitación para que todos, cada uno en su lugar, demos testimonio de la Fe. El cristiano es Cristo de nuevo con los discípulos de Emaús: prepara los corazones para que después, se abran a la luz, y descubran a Cristo resucitado.
El Señor envía a los discípulos, y con este gesto da la señal de la labor apostólica que a todos nos compete. Anunciando la Fe, creceremos nosotros en nuestra Fe: “La fe, en efecto, crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe, y se comunica como experiencia de gracia y de gozo” (Porta Fide, n. 7).
La Santísima Virgen, “bienaventurada porque ha creído”, nos acompaña siempre en la misión de anunciar al mundo la Luz que ha bajado del Cielo, su Hijo Jesucristo, y nos da la alegría de transmitir la Fe en Él.
Ernesto Juliá