En aquel tiempo, Jesús propuso otra parábola a la gente: El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras la gente dormía, su enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña.
Entonces fueron los criados a decirle al amo: «Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?» Él les dijo: «Un enemigo lo ha hecho.» Los criados le preguntaron: «¿Quieres que vayamos a arrancarla?»
Pero él les respondió: «No, que, al arrancar la cizaña, podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega y, cuando llegue la siega, diré a los segadores: ‘Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero.'» (Mateo 13, 24-30)
Hoy Jesús viene con una parábola sobre el reino. Tantas veces pensamos en la segunda venida en gloria y majestad, algunas en la venida en humildad en el pesebre, y que pocas veces como dicen los padres de la Iglesia, en la venida intermedia a nuestro corazón, si acaso lo meditamos algo en advierto, pero muy poco en el tiempo ordinario, cuando Jesús nos insiste en que el reino de Dios está dentro de nosotros, y nos dice a qué es semejante.