En aquel tiempo, Jesús propuso otra parábola a la gente: «El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras la gente dormía, su enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña. Entonces fueron los criados a decirle al amo: «Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?» Él les dijo: «Un enemigo lo ha hecho.» Los criados le preguntaron: «¿Quieres que vayamos a arrancarla?» Pero él les respondió: «No, que, al arrancar la cizaña, podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega y, cuando llegue la siega, diré a los segadores: ‘Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero'»» (San Mateo 13, 24-30).
COMENTARIO
El Señor vuelve a mostrar su querencia por las parábolas, esas breves historias que muestran a personas que actúan y cosechan el fruto de sus acciones. Las parábolas no declaran directamente su mensaje, siguen un camino indirecto: invitan a los oyentes a otro tipo de conocimiento que se alcanza entrando en ese pequeño mundo representado, tan cercano a la vida cotidiana, a un mundo que puede ser reconocido como propio, donde hay elementos con los que identificarse y que, al ser mostrados como si fueran la vida misma, permiten ser contemplados y reflexionados. En esta ocasión aquellos oyentes y nosotros podemos reconocer esa presencia entreverada de buenas acciones y malas acciones, en uno mismo, en los otros; y también la impaciencia para con el mal, propio y ajeno, que puede crear más mal y llevarse el trigo junto con la cizaña. El Señor también indica en otro momento: “Con vuestra paciencia ganaréis vuestras almas” (Lucas 21:19). San Agustín comenta este pasaje y, entre otras cosas, exhorta a que el trigo no se convierta en cizaña. Se dibuja entonces la paciencia como una virtud necesaria para ser trigo, pero no es la paciencia de quien se desentiende del mal, se vuelve indiferente. Es la paciencia de convivir con el mal, propio y ajeno, ilusionados en que la cizaña disminuya y crezca el trigo por la gracia de Dios, confiados en que nada se le escapa al Señor, que es quien discierne sin error cada corazón.