Produce escalofríos a la sensibilidad cristiana la indiferencia ante el aborto de no pocos que pasan por bien pensantes, los mismos que ponen el grito en el cielo ante otro quebranto del quinto mandamiento porque entienden que es sagrado el derecho a la vida.
¿Qué ha ocurrido en el presunto Mundo Civilizado, tan envejecido él por que mueren menos de los que nacen, para llegar a ese estado de cosas? ¿Por qué razón se ha adherido a la marea abortista una considerable parte de nuestros conciudadanos, muchos de los cuales dicen o muestran seguir siendo fieles a la Iglesia Católica, la cual deja muy claro que un niño, desde su concepción hasta el nacimiento, es un ser humano a proteger en todos sus derechos por lo que provocar o facilitar su muerte es un grave crimen? ¿Son los millones de euros que proporciona el negocio del aborto, la principal o tal vez, única razón para los más apasionados abortistas, incluidos no pocos médicos? Por último ¿por qué un partido político, que se decía contrario a una ley tal cual redactada, ahora en el poder, no aborda con realismo, seriedad y buena voluntad el cumplimiento de la parte de sus promesas electorales sobre lo que ya va siendo un crimen colectivo que, en mayor o menor grado, cae sobre nuestras conciencias? ¿Es la tiranía de los votos lo que frena los pasos en la dirección que exige el respeto a la vida de todos los españoles, muchos de ellos aun no nacidos y no por ello inferiores en dignidad natural con todos sus derechos expresamente reconocidos por nuestra Constitución?
Aunque los defensores del aborto disfracen la palabra con términos eufemísticos al estilo de «interrupción voluntaria del embarazo», «derecho a decidir» o «derecho a la salud reproductiva», el privar de la vida a una personita, que pasa en el vientre de su madre la primera etapa de lo que puede ser, es simple y llanamente un infanticidio, es decir, un horrendo crimen en el que, entre los diversos actores, probablemente no es la más responsable y culposa la propia madre.
En el Catecismo de la Iglesia Católica (http://www.vatican.va), sin paliativos, se considera al aborto, en todas sus formas, como uno de los más graves atentados a la Ley de Dios. Veamos, sino, algunas de las más ilustrativas precisiones:
(….) “La vida humana ha de ser tenida como sagrada, porque desde su inicio es fruto de la acción creadora de Dios y permanece siempre en una especial relación con el Creador, su único fin. Sólo Dios es Señor de la vida desde su comienzo hasta su término; nadie, en ninguna circunstancia, puede atribuirse el derecho de matar de modo directo a un ser humano inocente”. (…) ”Desde el primer momento de su existencia, el ser humano debe ver reconocidos sus derechos de persona, entre los cuales está el derecho inviolable de todo ser inocente a la vida.” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr. Donum vitae, intr. 5; 1,1).
Porque «Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que nacieses te tenía consagrado» (Jr 1, 5). (…) ”El quinto mandamiento condena como gravemente pecaminoso el homicidio directo y voluntario. El que mata y los que cooperan voluntariamente con él cometen un pecado que clama venganza al cielo” (Gn 4, 10). “El infanticidio, el fratricidio, el parricidio, el homicidio del cónyuge son crímenes especialmente graves a causa de los vínculos naturales que destruyen. Preocupaciones de eugenesia o de salud pública no pueden justificar ningún homicidio, aunque fuera ordenado por las propias autoridades”. (…) ”Dios, Señor de la vida, ha confiado a los hombres la excelsa misión de conservar la vida, misión que deben cumplir de modo digno del hombre. Por consiguiente, se ha de proteger la vida con el máximo cuidado desde la concepción; tanto el aborto como el infanticidio son crímenes abominables» (GS51, 3) (…) “Cuando una ley positiva priva a una categoría de seres humanos de la protección que el ordenamiento civil les debe, el Estado niega la igualdad de todos ante la ley. Cuando el Estado no pone su poder al servicio de los derechos de todo ciudadano, y particularmente de quien es más débil, se quebrantan los fundamentos mismos del Estado de derecho […]. El respeto y la protección que se han de garantizar, desde su misma concepción, a quien debe nacer, exige que la ley prevea sanciones penales apropiadas para toda deliberada violación de sus derechos” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr. Donum vitae 3). (…)”Puesto que debe ser tratado como una persona desde la concepción, el embrión deberá ser defendido en su integridad, cuidado y atendido médicamente en la medida de lo posible, como todo otro ser humano”.
Ésa es la doctrina que, de forma clara y determinante, debemos poner en práctica todos los cristianos. Claro que muchos de los que se decían y siguen diciendo fieles a la Iglesia, ya desde los primeros tiempos, difícilmente resistían a la tentación de apagar con el opio de la modernidad y del egoísmo materialista los más acuciantes gritos de la propia conciencia. A ello se refería el apóstol San Pablo cuando escribía a su fiel discípulo Timoteo:
«Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que arrastrados por sus propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito de oír novedades; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas…Tú, en cambio, persevera en lo que aprendiste y en lo que creíste» (2 Timoteo 4:3-4; 3:14). Y recuerda: «la Iglesia del Dios vivo es columna y fundamento de la verdad» (1 Timoteo 3:15).
Ante tan sólidos e incuestionables argumentos ¿Qué me dice usted de los que tienen poder de decisión sobre la grave cuestión del aborto, la misma que concita voluntades en uno u otro sentido, hasta el punto de que, desgraciadamente, la balanza puede inclinarse del lado de los abortistas?
¿Qué quiere que le diga? Que ahí, mal que nos pese, lo que más cuenta es la tiranía de los votos y peor irán las cosas si los que no vivimos de la política pero que sí que sufrimos sus malos efectos, a la hora de votar no actuamos con la prudencia debida y dividimos a los políticos entre buenos y malos según dicen que compartan o no nuestra posición ante el aborto. Tengamos en cuenta eso de la hipocresía y, también que, entre dos inevitables males la elemental prudencia aconseja inclinarse por el menor de esos males, representado a veces y cosas de la Democracia, por un buen gestor cuyo panorama futuro depende del número de votos en las diversas confrontaciones electorales.
Dicho lo dicho, un encarecido ruego a quienes corresponda: ¡¡Dejad vivir a nuestros niños!!
Antonio Fernández Benayas