Acercaban a Jesús unos niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: «Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis, pues de los que son como ellos es el reino de Dios. En verdad os digo que quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él». Y tomándolos en brazos los bendecía imponiéndoles las manos (San Marcos 10, 13-16).
COMENTARIO
Jesús es el hombre-puerta del Reino. Todo lo que hace y dice es indicador del camino para ser como Él. Esta corta escena contiene su mayor ternura y su mayor dureza en el Evangelio de Marcos. Pocas veces vemos a Jesús tan cariñoso con alguien, y a la vez tan indignado con los discípulos en la proporción desmesurada que supone el verbo usado por Marcos:“ayanakteo”. Solo se usa tres veces en todo el Nuevo Testamento, dos por Marcos, aquí y en 14:4, —Judas se “indignó” con la Magdalena por el derroche de perfume derramado sobre Jesús porque era carísimo—, y una por Mateo, —cuando los otros diez discípulos se “indignaron” con los de Zebedeo porque pidieron sentarse a derecha e izquierda de Jesús en el Reino, sin contar con ellos (Mt. 20:24)—. Ni siquiera en los momentos más enérgicos de Jesús, como el lanzamiento de los vendedores del Templo, se usa ese término que supone una indignación severa, con decisiones inmediatas graves. Judas, tras indignarse, fue a pactar con los judíos la entrega de Jesús, y a los de Zebedeo, el terrible enfado de los otros diez, hizo que Jesús les profetizara beber el cáliz de su pasión. La “indignación”, como salirse de madre un río cuando llueve mucho, la producen tres temas duros en Evangelio: los pequeños en edad y fe, el poder en el Reino, y el dinero.
Si Marcos emplea el término más enérgico entre los Evangelistas para mostrar esa imagen inédita de Jesús hecho una fiera, Mateo cuenta las consecuencias de los escándalos a los pequeños con más dureza aún, y no solo como un enfado pasajero: « Al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos, y le hundan en lo profundo del mar».(Mt.18:6)
La forma de tratar a los niños es candente hoy en la Iglesia, no solo por lo que pasa dentro de ella, sino por el diabólico fuego enemigo, que hace dardos incendiarios con algunos casos reales, sobredimensionados quizás sobre el conjunto de la Iglesia, de pederastia o tráfico de recién nacidos. Hemos visto también al Papa Francisco enfadarse, suplicar y condenar, pedir perdón y avergonzarse. En realidad bastaría un solo caso de escándalo para “indignarse” como dice Marcos. Pero no habla el Evangelio de escándalo sexual. Es más grave el de la fe de los humildes.
Además de los niños, el capítulo 10 de S. Marcos toca temas tan humanos, que nunca solucionarán con la ley porque están abiertos, en todas las épocas, a la conquista del amor. Son relaciones personales que definen a pueblos y épocas. Solo tienen solución de futuro en el cimiento firme de la Palabra de Dios. El repudio o divorcio, el aborto, la educación de los niños y la relación con ellos, las riquezas y el seguimiento de Jesús hasta el Reino con la respuesta total que requiere, la jerarquía de valores y cargos en la Iglesia y la sociedad, etc., nos obligarán a discernir en nuestro tiempo la intención definitiva de Dios al crearnos y al llamarnos a la fe.
Los líantes con los niños y sus familiares fueron los discípulos, tratando de imponer su sentido del orden sobre aquella manifestación cariñosa, espontánea, asombrados como estaban por las palabras y obras de Jesús. Él lo tuvo claro y allí nos dejó su imperativo: «dejad que los niños se acerquen a mí…» En positivo, sin reprimendas, porque son ejemplo para los que intenten entrar en el Reino. Solo se puede entrar siendo como un niño. Y el que recibe a un niño recibe a Jesús mismo, nos dirá Mateo, porque Jesús Resucitado habita y puede ser recibido de forma segura en los pobres, en los Apóstoles y en los niños. De ahí la importancia de su trato. La teología, desarrollando la fe, nos dirá que también está en la Eucaristía, en el Sagrario, en la Palabra proclamada etc. Pero la presencia original del Evangelio es en los niños, los pobres y los mismos Apóstoles.
¿Cómo será entonces recibir a Jesús en los niños pobres? Doble sacramental, inmediato, magnífico ¡Benditos los que se dedican a eso! Cuidar niños pobres en el estilo de Jesús, es un gran signo de nuestra fe para el mundo. No podemos dejar que nos lo arrebaten los que ni siquiera creen que son personas antes de nacer, o solo aceptan en su educación la que ellos dan.
Si la gloria para un seguidor de Cristo es dar la vida por Él y su Noticia, hasta el martirio de Jesús sólo habían muerto por Él unos niños inocentes allá en Belén tras la visita de los Magos. Jesús habría oído mil veces aquella historia de labios de María y José, porque tuvieron que salir huyendo hacia Egipto. Nada raro por tanto aquel cariño de Jesús por los niños, y sus gestos inusuales de abrazarlos, bendecirlos, imponerles las manos y compararlos con Él mismo.
En mayo, mes de María, conviene recordar que una nota esencial de los niños es acudir a su madre que los cuida. Ella, nuestra Madre María, no impedirá acercarse a Jesús. ¡Buena técnica la de ir a Jesús por María!