En aquel tiempo, le acercaban a Jesús niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban.
Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: «Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en él.»
Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos (San Marcos 10, 13-16).
COMENTARIO
Cualquiera que haya visitado “Tierra Santa” habrá vivido la experiencia de que en cualquier parte donde se parase el autobús, sin apenas abrir las puertas, éste se encontraba rodeado por un enjambre de niños, atosigando a los peregrinos con tarjetas postales, rosarios o simplemente una mano llena de mugre extendida esperando la calderilla de moneda local. Para el guía, dentro de su trabajo debe estar el espantar a la chiquillería y la consiguiente bronca al pasaje para que no nos parásemos con ellos. “Si les hacen caso, no les van a dejar en paz nunca” … (¡Como si los fuésemos a ver otra vez!)
Algo así sería la escena con Jesús y sus discípulos. Hay cosas que por mucho que evolucione o cambie el mundo seguirán igual: Los niños son encantadores, pero molestan. Son unos “angelitos”, pero casi siempre cuando están durmiendo.
En el judaísmo, durante los primeros años de la infancia, el niño era algo desdeñable. Se le empezaba a tener en cuenta a partir de la celebración del “Bar Mitzvah”, en torno a los 12 años, cuando se le considera capaz de leer e interpretar la “Torah”. Peor valoración se le daba en la sociedad romana, entorno cultural en el que se redacta el evangelio de Marcos. Aquí el niño estaba literalmente al arbitrio de los adultos en una situación de absoluta dependencia, hasta para sobrevivir. Baste recordar que en el Imperio Romano no se promulgan leyes contra el infanticidio hasta después de los edictos de Milán y Tesalónica, bien avanzado el s. IV. y gracias a la influencia del cristianismo.
Hoy parece que el niño está sobrevalorado, pero casi me atrevería a decir que es más un mito que una realidad. Prueba de ello es que el principal problema de lo que, autocomplacientemente, llamamos sociedades desarrolladas es el suicidio demográfico. Proclamamos toda clase parabienes a la hora de referirnos a los niños: la alegría de la casa, la personificación de la ternura… los llenamos de caprichos, es lo mejor que nos ha pasado, afirman con sincero convencimiento algunos padres, al mismo tiempo que se cierran con rotunda asertividad ante la posibilidad de “ir a por otro”. (Y no acabo de entender, pues aquello que clasifico entre las “mejores cosas que me han pasado”, estoy deseando que me vuelva a acontecer).
Por otra parte, como ya soy tío-abuelo, me lo paso pipa con los hijos de mis sobrinos. Pero un ratito y de cuando en cuando. Porque sí, son encantadores, pero cansan… y a la primera de cambio, pues se les da el móvil para que se estén quietecitos y ya, de paso, se van alienando para el día de mañana.
Además, ¿quién habló de ternura? Eso también está mitificado. La realidad es que los niños son caprichosos y egoístas. Eso de que lo primero que aprenden a decir es “papá” es mentira. Son los papás los que se han apropiado del primer balbuceo bilabial del niño para decir que los está llamando (papá, abbá, daddy, papi…) pero en realidad, lo primero que un niño aprende a decir, y muy enfáticamente a la par que agarra con fuerza el objeto en cuestión es: “mmmííío”. También son crueles. No hay más que ver cómo se comportan ante otro niño que tenga el mínimo defecto físico. Es duro decirlo, pero llevan el “Bull ying” en el ADN. Transparentemente crueles con los adultos, tanto que dejan en evidencia por menos de nada. ¿A quién no le ha ocurrido “niño, dale un beso a la señora” y el niño responder: “no, que tiene bigote y pincha”?
Y sin embargo, el evangelio es claro: “quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él”. ¿Qué cualidades tiene el niño, para que el mismo Jesús lo coloque como el más importante en el reino de Dios y del cual tengamos que aprender si queremos formar parte de este proyecto?
En primer lugar, creo que habría que señalar que una cosa es “hacerse como niños” y otra muy diferente “ser infantiles”. El que un niño se comporte como un niño debe ser lo normal, ¡pero ay con los adultos que se comportan como niños!
El niño es capaz de entrar en relación con Dios de un modo muy auténtico. El despertar religioso es trasparente, natural, confiado. No calcula ni se pierde en enrevesados razonamientos como el adulto. Tiene una gran capacidad de admiración. Se sorprende por cosas que nos pueden parecer nimias. Pero, sobre todo, su total necesidad de ser amado.
Desconozco qué grado de certeza, pero es totalmente verosímil, lo que se cuenta del experimento que con niños judíos se hacían en los campos de concentración nazis. Consistía en que a los bebés se les proporcionaban todo tipo de cuidados en lo referente a alimentación, higiene, vestido, etc. Pero estaba absolutamente prohibido dirigirles palabra alguna o cualquier gesto o caricia que pudiese denotar afecto y cariño. Como consecuencia, los niños morían en poco tiempo.
El niño no puede vivir si no es amado. ¡Cuidado con los niños, que son de Dios! Y no les impidáis acercarse a la fuente del Amor.
Es los muchos años que voy llevando ya de sacerdote voy viendo, y tengo miedo a resignarme y tirar la toalla, como año tras año se repite la misma historia. Llegada la hora de recibir la Primera Comunión, lo verdaderamente importante son las fotos, el banquete y si mi niño “actúa” más o menos que los otros compañeros. La realidad es que durante la etapa catequética la mayoría de los niños (cuando los han llevado sus padres) han estado contentísimos tanto en la catequesis como en las celebraciones dominicales. Una vez “hecha” la Comunión desaparecen. Los niños muestran su deseo de continuar y creo que lo manifiestan sinceramente. Por desgracia, la mayoría de las veces son los propios padres y sus otras “prioridades” quienes impiden que puedan acercarse a Jesús. Yo, ahí lo dejo. Se les pueden tener con todas las necesidades cubiertas; a veces hasta el despilfarro… pero privándoles de “la Palabra” y “el Amor”.
Jesús, “tomándoles en brazos los bendecía imponiéndoles las manos”. Por favor, padres que me podáis estar leyendo: ¡No se lo impidáis! Es el bien mayor que podéis hacer a vuestros hijos.