«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no fuera así, ¿os habría dicho que voy a prepararos sitio? Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino”. Tomás le dice: “Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?”. Jesús le responde: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre sino por mí”». (Jn 14,1-6)
Es este uno de los textos más bellos del “Discurso de despedida” en el Evangelio de San Juan. El Maestro trata de fortalecer la fe de sus discípulos ante su inminente Pasión. Esta fe será puesta a prueba, como lo demuestran la huida de algunos discípulos, la traición de Judas y la negación de Pedro. La desesperanza de los discípulos de Emaús nos muestra el clima espiritual de los seguidores de Jesús en aquellos días. El tema dominante del discurso va dirigido a que sus discípulos crean que “el Padre y Jesús son uno”, como lo demuestran las obras mismas de Maestro.
Como consecuencia, “Yo estoy en vosotros y vosotros estáis en mi”. No cabe una mayor intima unión de Jesús con sus discípulos. Porque el Padre lo ha determinado así: “En la casa de mi Padre hay muchas estancias”, es decir, el cielo. Esta promesa de la nueva vida en la casa del Padre es obra y gracia de Jesús, el salvador. El texto presenta ya a Jesús como glorificado: “para que donde estoy yo, estéis también vosotros.”
Jesús mismo es el “camino” único que conduce al Padre, es decir, la puerta de la salvación —como en la imagen del Buen Pastor. Es Él también la fuente de la verdad y la vida, dos realidades que, en el contexto del Evangelio de San Juan, tienen un significado redentor. No hay otro culto al Padre, sino “con el espíritu y la verdad de Jesús”. Él es la vida para acceder al Padre. Por eso, concluye el texto de hoy con la afirmación ya repetida en el Evangelio: “Nadie va al Padre, sino por mí.”
Nada más consolador, hoy como antaño, que estas palabras que definen la obra siempre actual y presente del Resucitado en nuestro ser y existir: Camino que conduce a la vida, verdad que nos hace libres, y vida que no tiene ocaso.