«Sus padres solían ir cada año a Jerusalén por la fiesta de Pascua. Cuando cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén sin que lo supieran sus padres. Estos creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén buscándolo. Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba. Al verlo se quedaron atónitos, y le dijo su madre: “Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados”. Él les contesto: “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?”. Pero ellos no comprendieron lo que les dijo. Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos. Su madre conservaba todo esto en su corazón». (Lc 2,41-51)
Este pasaje es de los que María guarda en el corazón pues no entiende la contestación de su hijo. Pero he aquí que tenemos en este pasaje, un acontecimiento extraordinario: Jesús, siendo joven, escucha y pregunta a los doctores, dialoga con los sabios de aquel tiempo.
Yo me pregunto: ¿es posible hoy dialogar con los sabios de nuestro tiempo? O con aquellos hombres que han seguido la estela de pensadores del siglo XIX tales como, Ludwig Fuerbach, Karl Marx, Friedrich Nietzsche y que fundamentalmente argumentan que el hombre de hoy ya no necesita a Dios, que el hombre es un fin en sí mismo y es el artífice único de su propia historia; , o también con aquellos que esperan una liberación económica y social, y por tanto el ser religioso no tiene cabida en este mundo porque espera una vida mejor en el más allá y obstaculiza la construcción de la ciudad terrenal —argumento por cierto, de bastante hostilidad.
¿Es posible dialogar hoy con pensadores que en el siglo XX han seguido a Sigmund Freud, Jean-Paul Sartre, o a los positivistas, y que afirman que todo lo que se diga sobre Dios es tontería? ¿O con los agnósticos que siguen las directrices de pensadores como David Hume y Kant y se asientan en hablar y vivir solo aquello que vemos, palpamos y sabemos?
Es necesario preguntar: ¿es posible entablar un diálogo con nuestros semejantes que ayude a entendernos?
Siempre hemos dado vueltas a la creencia de que la religión es la relación del hombre con Dios, o dicho de otra manera, Dios ha sido inventado por el hombre para curarse, protegerse de los males que le rodean, y esto no es así. Por una parte el estudio de las religiones corrige esta creencia —cfr. Mircea Eliade, “El Mito del eterno retorno”, “Lo Sagrado y lo Profano”—y por otra, la Biblia nos habla de un Dios que se manifiesta a los hombres —“Sal de tu tierra y de tu patria y de tu familia y vete a la tierra que yo te mostraré(Gn 12,1).Este es el Dios de la fe, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob. El Dios que ha mostrado su rostro en Jesús. Un Dios hecho hombre para que el hombre pueda romper sus limitaciones y hacerse Dios. “Si tuvierais fe como un grano de mostaza, habríais dicho a este sicómoro: ‘Arráncate y plántate en el mar’, y os habría obedecido” (Lc 17,5s).
Yo soy un ser en el mundo que está aquí sin haber pedido permiso. Estoy aquí fruto de la relación que han tenido un hombre y una mujer, a los que llamo padres. Después de ser atendido, querido mucho o poco —no viene al caso— he ido adquiriendo habilidades, conocimientos, he ido creciendo y conociendo a mis padres, mis hermanos, mis compañeros, mis amigos, mis vecinos, mis paisanos. Me he asomado al mundo y he constatado que somos muchos los seres humanos que habitamos este hermoso planeta. Constantemente me llama la atención que a pesar de haber recibido una formación e información plural y parecida a las personas que me rodean, se hace difícil dialogar; esta pluralidad, que para empezar constituye una riqueza de pensamiento, es al parecer origen del conflicto. Se consigue hacer juntos pequeñas cosas, a veces grandes cosas, pero en una fracción de segundo, se rompe el diálogo, se declara la guerra entre los que conforman un determinado grupo, sea del tipo que sea: hermanos, compañeros, club deportivo, partido político, grupo, orden religiosa o país.
Si hablamos de filosofía, ahí está la historia para observar la riqueza del pensamiento humano, pero parece siempre “que lo mío es lo mejor”. Si hablamos de paz, cada uno tiene su opinión. Si de servicio, no digamos la riqueza de este término. Si de rencor estamos al corriente de pago. Si hablamos de egoísmo no digamos más, ¿acaso podemos dejar de serlo? Tampoco digamos nada si hablamos de amor, de libertad o de justicia. Tenemos una riqueza inmensa de formación, opinión y sensibilidad pero todo indica que no sabemos servir, amar ni escuchar al otro. O mejor dicho, no podemos; da la sensación de estar atrapados en la incomunicación. Vivimos en un mundo donde todos hablamos palabras sublimes, pero no somos capaces de entendernos, y no digamos ya de vivirlas.
Concluyo: necesitamos a Dios que dialogue con nosotros, sabios y conocedores todos del “bien y del mal”, y pidámosle que nos ayude a preguntar y a escuchar, para que ejercitando estas dos cualidades podamos salir de nuestro “YO” y nos dejemos interpelar por el otro. Para que aprendamos a dialogar entre nosotros y quizás esto nos ayude a construir un mundo un poco mejor que el que tenemos. No se nos olvide que con el Dios de Abrahán todo es posible, y esto implica que para el hombre también sea posible. Podríamos decir que el cristianismo es “la religión” del hombre moderno porque ha descubierto al mismo tiempo la libertad personal y el amor gratuito.
Alfredo Esteban Corral