Felipe encontró a Natanael y le dice: «Aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y los Profetas, lo hemos encontrado: Jesús, hijo de José, de Nazaret». Natanael le replicó: «¿De Nazaret puede salir algo bueno?». Felipe le contestó: «Ven y lo verás». Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño». Natanael le contesta: «¿De qué me conoces?». Jesús le responde: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi». Natanael respondió: «Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel». Jesús le contestó: «¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores». Y le añadió: «En verdad en verdad os digo: veréis el cielo abierto y los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del Hombre» (San Juan 1, 35-51).
COMENTARIO
Natanael, que según los sinópticos sería Bartolomé, es el cuarto apóstol elegido por Jesús. Andrés lleva a Pedro, y Jesús le cambia el nombre. Felipe le lleva a Bartolomé. Siendo del mismo pueblo los cuatro, se puede suponer que se conocían entre sí los cuatro. Seguramente eran observantes y conocían las Escrituras. La presentación o anuncio de Felipe antepone la autoridad de la Ley y los Profetas a la identificación personal de Jesús, como hijo de José y natural de Nazaret. Lo cierto es que lo han encontrado y Felipe no se reserva la gran nueva.
Natanael se limita a oponer las previsiones de las Escrituras frente al supuesto hallazgo de Felipe. No es simple desdén, es contraposición a lo «revelado»; el Mesías vendría de Belén, la ciudad de David. Esta incoherencia era descalificante. No es propiamente una respuesta desabrida, sino un argumento teológico; por fidelidad a la palabra (2 Pe. 1, 20-21). Nótese que al poco rato, en tanto que estudioso de las Escrituras, reconoce a Jesús como Rabbí.
Pero Felipe insiste: «Ven y lo verás». Puede que le moviera la rivalidad con Felipe o la simple curiosidad, pero por medio de esta llamada interpuesta, que trasparenta la de Jesús a los hermanos Pedro y Andrés – «ven» – acude ante Jesús.
Ya desde lejos Jesús retrata a Natanael como un «verdadero israelita, en quien no hay engaño». Obviamente no se lo dice a él, sino a sus circundantes, pero posiblemente también él oyó el comentario; y le suscita la gran pregunta, que la exterioriza lleno de asombro: «¿De qué me conoces?». Tu vienes de Nazaret, yo soy de Betsaida, ¿Cómo vas a conocerme? ¿de dónde sacas que me aferro a la Ley y no me dejo engañar?
Pero Jesús lo sabe todo; conoce su conversación con Felipe, su apacible localización ( un hombre de bien debe permanecer debajo de su higuera, uno de los siete árboles que caracterizaban y hacían presente la Tierra Prometida, etc. ). Antes de todo eso: «te vi». Jesús ya se había fijado en él, y lo había elegido. Frente a esto, todas las barreras se derrumban y surge la primera gran confesión de la divinidad de Jesús, al que llama Rabbí ( igual tratamiento que Pedro y Andrés cuando le preguntan ¿Dónde moras?) «Tu eres el Hijo de Dios, tu eres el Rey de Israel». Confiesa, por primera vez, que Jesús es el Hijo de Dios, y le acumula el título, consecuente, de Rey de Israel. Del escepticismo a la confesión doble sólo ha mediado «el encuentro personal».
Pero Jesús va más al fondo y, llamado a ser apóstol, le anuncia que verá cosas muy mayores, en comparación con el enigmático haber sido visto debajo de la higuera. Y, respondiendo a sus dudas asentadas en sus conocimientos de las Escrituras, lejos de reprochárselas las aclara precisamente con dos alusiones a la Ley y a los Profetas. De entre estos rememora a Daniel cuando prefigura al «Hijo del hombre» ( Dn 7,13), que es el identificativo que aquí se aplica a sí mismo Jesús. Y respecto de la Ley de Moisés, recuerda uno de los emblemas de Israel, la Escala de Jacob (Gn 28, 12-13), por la que los Ángeles de Dios transitan en ambos sentidos y unen el cielo y la Tierra, confirmando las promesas y bendiciones hechas a Abrahán e Isaac.
Era completamente cierto lo que Felipe había anunciado a Natanael: aquel del que han escrito la Ley de Moisés y los profetas, lo hemos encontrado. Jesús, Hijo del Hombre, lo confirma en persona, y para comprobarlo no hay mas que un camino, el indicado, como para Andrés y Pedro, a Felipe: «sígueme».
La pregunta que queda sin respuesta aparente es la subjetiva: ¿de qué me conoces? Pero la vocación es mas fuerte que la curiosidad. Da igual tu pasado, empiezas a ser desde que el Maestro te llama. Tu mismo has borrado la pregunta, cuando lo has reconocido como Rabbí, como Hijo de Dios y como Rey de Israel, es innecesario ahora saber de qué te conoce, lo importante no es el pasado, lo decisivo es que ciertamente conoce tu interior y te lanza a un desconocido futuro que comienza con este encuentro personal con Jesús.