«En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: “ld al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mí nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos. Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban». (Mc 16,15-20)
Este domingo celebramos la Ascensión del Señor. La Iglesia es llamada a vivir otra etapa en su vida. Al igual que Abraham, recibe una promesa y el Señor aparentemente desaparece, guarda silencio, hasta el momento oportuno; el Señor asciende al Cielo, ya no le verán más, pero su partida permitirá a los que sean bautizados realizar signos sorprendentes.
La Ascensión del Señor anuncia también una alegre noticia a la humanidad entera, aquejada por demonios, muda, enemistada con la creación, indefensa, enferma: el Espíritu Santo, presente en los creyentes, mostrará el amor del Padre que llama a Su Hijo a levantarse, a ascender y, junto con Él, todos nosotros.
Esta Solemnidad no tendría ningún sentido celebrarla si la Iglesia no tuviera esa experiencia. Su Cabeza ha ascendido al Cielo y ningún cuerpo sobrevive separado de su cabeza. Existe una relación vital entre Jesucristo y nosotros, confiamos en que donde está Él, estaremos nosotros. Que así, como Él ascendió, ascenderemos y ascendemos nosotros cuando en nuestra pobre naturaleza somos llamados a experimentar estar junto al Padre.
Sea motivo de alegre esperanza la celebración de la Ascensión de nuestro Señor. Si hoy solo ves tu debilidad, mira ascender tu debilidad transformada en fortaleza; si te ves a ti mismo apegado a la tierra, mira ascender al Cielo a Cristo; si no te sientes del todo amado por Dios, mira qué amor te ha tenido el Padre al levantar tu cabeza. ¡Ánimo querido lector, Dios te ama!
Miguel Ángel Bravo