No me resisto, al redactar estas breves líneas, traer aquí unas palabras del entonces Cardenal Ratzinger, en 1985:
«Cuando yo era un joven teólogo, antes e incluso durante las sesiones del Concilio…, yo alimentaba algunas reservas sobre algunas fórmulas antiguas, como por ejemplo, la famosa de “Maria nunquam satis”, que me parecía exagerada. También tenia dificultad para comprender el verdadero sentido de otra expresión famosa (tan repetida en la Iglesia desde los primeros siglos, cuando después de un memorable debate (el Concilio de Efesio en 431 había proclamado a María Madre de Dios) que ve a María “victoriosa frente a todas las herejías”.
Hoy, en este período de confusión en la que todo tipo de desviaciones heréticas vienen a golpear a la puerta de la fe auténtica, hoy apenas he comprendido que no se trataba de una exageración de devotos, sino de verdades más que nunca válidas.»
Cualquier cristiano bien instruido sabe muy bien que los cuatro dogmas referentes a María están contenidos en esta breve expresión: Virgen María, Inmaculada, es la Madre de Dios subida al Cielo en Cuerpo y alma, es decir, la Madre de Dios (1), concebida sin pecado original (2), fue siempre Virgen (3), ascendida a los cielos (4). Pero si hemos querido comenzar estas líneas con ese título, que viene a decirnos que de la Virgen María nunca acabaremos de agotar lo que podamos decir sobre ella, es para animarnos mutuamente a releer el capítulo octavo de la Constitución Dogmática sobre la Iglesia del Concilio Ecuménico Vaticano II, dedicado enteramente a la Virgen María, que supuso una inflexión en la devoción a la Virgen María, basada especialmente en los textos bíblicos, que, por otra parte, aún hoy, se sigue profundizando sobre ellos.
Este capítulo ofrece un riquísimo filón de quién es la Virgen María, para que, conociéndola mejor, la amemos más íntima e intensamente. Tras un breve resumen nos habla del papel de la Virgen María en la Historia de la Salvación, para detenerse más concretamente en la función de la Santísima Virgen en la Iglesia, poniendo luego de relieve su culto (pues todas las generaciones la llamarán bienaventurada) y concluir con una hermosa exposición de María como signo de esperanza cierta, segura y de consuelo para nosotros como pueblo peregrinante y como hijo suyo en particular