Solo unas letras para compartir el viaje que realicé a finales del mes de abril al convento de clausura de las monjas clarisas de Medina de Pomar.
Este fue fundado por don Sancho Sánchez de Velasco y su esposa doña Sancha García, Camarera Mayor de doña Leonor de Aragón, según escritura otorgada en Baeza (Jaén), el 11 de enero de 1313. En ella dicen: “facemos en Medina de Pumar en un heredamiento nuestro que compramos con nuestros dineros que es cerca de la iglesia de San Millán de la dicha Medina un Monasterio de Santa Clara …”
A pesar de haber vivido cerca de Medina de Pomar durante algún tiempo, sólo hasta el día anterior de hacer el viaje no supe de la existencia de este convento. El Señor lió las cosas para regalarme un viaje inolvidable.
Juan Ignacio Echegaray, presbítero de Madrid en misión en Ecuador, de la parroquia de La Paloma en Madrid, me propuso que le acompañara a visitar a la comunidad que habita este convento, ya que tenía que tratar con la madre abadesa temas relativos a la incorporación al mismo de varias novicias provenientes de las Comunidades Neocatecumenales de Ecuador.
El campo estaba espléndido. Cruzamos el puerto de Somosierra rezumando agua y verdor por todas partes y coronado de cumbres totalmente blancas. Hacia las once y media dejamos atrás Burgos, cruzamos el Páramo de Masa y nos adentramos en Las Merindades de Castilla, donde se encuentra situada la ciudad de Medina de Pomar
El convento es un edificio magnífico y lleno de nobleza. En tiempos parte de él estuvo dedicada a hospital, pero esa parte ya está muy deteriorada y abandonada.
Está habitado por una comunidad de monjas clarisas, unas de avanzada edad, otras más jóvenes. Las mayores provienen generalmente de pueblos del norte de España, y las máas jóvenes provienen de diversos países de América del Sur y con una experiencia de renovación del bautismo por medio del Camino Neocatecumenal.
Nos acogieron con enorme hospitalidad, alegría y cariño. Es verdad: de lo que rebosa el vaso es de lo que se puede dar. Vi cómo pueden convivir personas que entre sí no tienen nada en común ni por su origen, ni nacionalidad, ni edad… Me di perfecta cuenta de cómo una vida, en principio tan apartada, tiene sentido en el siglo XXI.
Es sorprendente cómo, en cuanto el Señor asoma su faz, nuestra alma, incluso nuestro cuerpo, le reconocen. Yo la vi. Lo sé por la paz y la alegría que se palpaba.