“Dichoso el que cuida del pobre y desvalido; en el día aciago lo pondrá a salvo el Señor. El Señor lo guarda y lo conserva en vida, para que sea dichoso en la tierra, y no lo entrega a la saña de sus enemigos. El Señor lo sostendrá en el lecho del dolor, calmará los dolores de su enfermedad. Yo dije: <Señor, ten misericordia, sáname, porque he pecado contra ti.> Mis enemigos me desean lo peor:<A ver si se muere, y se acaba su apellido.> El que viene a verme habla con fingimiento, disimula su mala intención, y, cuando sale afuera, la dice. Mis adversarios se reúnen a murmurar contra mí, hacen cálculos siniestros:<Padece un mal sin remedio, se acostó para no levantarse.>Incluso mi amigo, de quien yo me fiaba, que compartía mi pan, es el primero en traicionarme. Pero tú, Señor, apiádate de mí, haz que pueda levantarme, para que yo les dé su merecido. En esto conozco que me amas: en que mi enemigo no triunfa de mí. A mí, en cambio, me conservas la salud, me mantienes siempre en tu presencia. Bendito el Señor, Dios de Israel, ahora y por siempre. Amén, amén.”
Este salmo que se reza en las vísperas del viernes I se llama “Oración de un enfermo abandonado”.
Cuando el Señor inspiró a David este salmo había una creencia generalizada de que la enfermedad era un castigo de Dios por los pecados cometidos, posteriormente en el libro de Job se intenta dar un nuevo sentido a la enfermedad y a las desgracias que ocurren en la historia de cada hombre, Job está enfermo, pobre, han muerto sus familiares y tres amigos van a visitarle y ellos sostienen que todas las desgracias que le ocurren a Job son debidas a sus pecados, que se lo merece, que es un castigo de Dios, al igual que el demonio nos sugiere siempre que ocurre algo que no nos gusta, (una enfermedad, falta de dinero, una muerte de un ser querido etc…) que Dios no nos quiere, que si permite esa desgracia es para fastidiarte la vida y que si te amara no hubiera permitido esa cruz y ese sufrimiento en tu vida. Job se defiende diciendo que es inocente y que todo lo ve como don de Dios:”Dios me lo ha dado, Dios me lo ha quitado, bendito sea el nombre del Señor.”Y reconoce una cosa importantísima que hemos heredado los cristianos: Todos los acontecimientos que nos suceden ocurren para nuestro bien, son una visita del Señor a nuestra vida, una Palabra viva de Dios, particular para nosotros, por eso Job puede proclamar:”Antes conocía a Dios de oídas, pero ahora le han visto mis ojos.” Yo he experimentado este salmo en mi vida especialmente desde hace 3 meses en que me diagnosticaron un cáncer de cólon y después de ser operado estoy siendo tratado con quimioterapia durante al menos 6 meses. El Señor me llamó en mi adolescencia a la Iglesia, y me sentí atraído por Él, por su Amor a seguir caminando durante casi 35 años, experimentando su cercanía, que yo le importaba, que había dado su Vida por mí gratuitamente, y en el seno de su Iglesia me he casado, he tenido 5 hijos, he visto cómo el Señor ha hecho grandes maravillas en mis hermanos y en mí mismo. Pero hace 3 meses el Señor ha tenido a bien visitarme en la enfermedad. ¡Qué puedo decir! Después de un primer momento de miedo: ¡Señor! ¿Qué va a ser de mí?. Tengo miedo al dolor físico, tengo miedo a la muerte. ¡Ayúdame tú, Señor! Ha llegado la hora en que todo lo que me has dado en estos años dé fruto. Ha llegado mi hora, para esto me llamaste tan joven, Señor. Os puedo decir que a partir de este primer momento de angustia el Señor escuchó mi grito y me ayudó. He experimentado los momentos más felices de mi vida, ya que me he sentido amado por Él, que Cristo está Vivo a mi lado, que el dolor tiene sentido en Él, ya que tu dolor te asocia al dolor de Cristo en la Pasión y se vuelve un dolor salvífico porque es el mismo dolor de Cristo y Dios Padre se compadece de ti, porque está viendo en ti, a Cristo, de nuevo sufriente por la humanidad y de nuevo se repite la acción salvadora de Dios sobre la muerte, sacándote de la muerte, de la angustia y resucitándote con su Hijo. Por eso en el cristianismo se puede ofrecer el dolor por la salvación del mundo, por una intención privada ya que está asociado a la Pasión de Cristo. En el lecho del dolor he sentido la brisa suave de su Espíritu Santo en tantos momentos, que me ha hecho pararme y decir: “Señor, estoy contento con mi lote y mi heredad, qué bien haces la historia.” ¡Cuántas veces en mi vida no he sido pobre, al contrario he estado lleno de mí mismo, creyéndome mejor que los demás y el Señor en su pedagogía me está haciendo pequeño, desvalido, necesitado de ayuda, necesitado de la oración de mis hermanos, necesitado de la visita de su Espíritu para abatir mi hombre viejo soberbio, grande y que aparezca Jesús dentro de mí, pequeño, desvalido y pobre. Ahora sé que necesito este acontecimiento para hacerme pequeño, ya que “de los pequeños es el Reino de los Cielos, ya que la puerta del Reino es estrecha” ¡Qué bien haces las cosas, Señor! Cómo entiendo ahora todo, durante estos años te he entregado mi inteligencia, mi mente, también mis fuerzas y desvelos y noches sin dormir, también mi corazón mi amor por tus cosas, pero yo no me había entregado, mi vida entera no te la había entregado, ahora sé que tanto me amas que quieres mi vida entera. “Señor, te la doy, haces tan bien las cosas que la pongo en tus manos, haz lo que quieras conmigo”, y experimentas una alegría tan grande, que sabes que eso es la Vida, la Vida Eterna que empiezas a experimentar aquí, y te das cuenta que el Amor es más fuerte que la Muerte y entonces descansas y estás en Paz. Dice el salmo: <En esto conozco que me amas, en que mi enemigo no triunfa de mí>. Esto es verdad, ya que el maligno te tienta diciendo: ¿Por qué a mí? ¿Por qué tienes que sufrir? Y ves que cuando llega la hora esas voces se desmoronan y aparecen otras que te dicen: ¡Ánimo, yo te quiero, estoy contigo! Y el enemigo huye y Su paz aparece. De este salmo se acuerda Jesús cuando Judas le traiciona en la Última Cena : <Mi amigo, de quien yo me fiaba, que compartía mi pan, es el primero en traicionarme> Hay una hora en todo hombre en la que necesitas estar sólo frente al Señor, Jesús se queda sólo, y en la enfermedad aunque estés casado, con hijos, en una comunidad eclesial estás sólo frente a la pregunta: ¿Dios me quiere? Para experimentar que sí, que es verdad, que Él te ama hasta el colmo de dar su vida por ti y te lleva a decir: “Bendito el Señor, Dios de Israel, ahora y por siempre.”Y, entonces, poder proclamar en esta generación a las personas que te rodean que Dios es Amor, que te ama en todo momento y en todos los acontecimientos, que no tengamos miedo, porque no estamos sólos, sino que Él está con nosotros y por nosotros, y que en los acontecimientos que no entendemos o que son de dolor, de enfermedad, de muerte, Él es capaz de sacar la Vida, la Resurrección y la felicidad. ¡Bendito eres Señor!