«En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: “Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa. Él bajó en, seguida y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: “Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador”. Pero Zaqueo se puso en pie y dijo al Señor: “Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más”. Jesús le contestó: “Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido”». (Lc 19,1-10)
En este primer domingo del mes de noviembre, dedicado en la Iglesia a los fieles difuntos, por ende, nos conduce también a meditar en las postrimerías, y muy particularmente en el cielo, y en la esperanza de salvación. En el Evangelio se nos propone una simpática y alentadora enseñanza, muy relacionada con el tiempo que nos ocupa. Se trata de la conversión de un publicano, Zaqueo, que le supuso, como vamos a narrar, vencer obstáculos físicos y psíquicos, superar respetos humanos, y orientar su vida, después de estar con el Señor con una apertura magnánima a Él y a los demás; descubrió todo un río de gratitud y la gran esperanza del premio de la salvación. Vale la pena pensar cómo sería la expresión del Señor cuando exclama: ”Hoy ha sido la salvación de esta casa; también de este hijo de Abrahán. Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido”.
La escena transcurre en la ciudad de Jericó, denominada la ciudad de las palmeras. Jericó está considerada la ciudad más antigua del mundo. Ha habido tres ciudades correspondientes a esta denominación. La Jericó cananea o Jericó antigua, que está prácticamente debajo de tierra; en ella el Profeta Elías subió a los cielos. La segunda es la Jericó herodiana, de estilo romano, la que conoció Jesús y tantas veces recorrió, está situada al final de la carretera vieja que era el camino hacia Jerusalén. En ella se sitúa el relato de Zaqueo y también la curación de los dos ciegos, narrada por San Mateo. El rey Herodes la recibió en el año 30 a.C. del emperador Romano Octavio Augusto, la amplió y embelleció con estanques, jardines, hipódromo, anfiteatro y, sobre todo, la construcción de uno de los muchos palacios, que era su residencia de invierno. La tercera Jericó es la ciudad actual, ocupada por los árabes, en constante expansión, en la que, curiosamente, se conserva el único ejemplar de sicómoro del entorno. Este árbol es semejante al moral, aunque de mayor altura y más grueso. En la época de Jesús era considerado «sucio» porque da una fruta que alimentaba a los cerdos, por lo que de alguna manera Zaqueo se humilló al subirse a ese árbol.
Zaqueo pertenecía al oficio de los publicanos; el Imperio Romano no tenía funcionarios propios para este servicio, sino que lo encargaba a determinadas personas del país respectivo. La cantidad genérica del impuestos para cada región la tasaba la autoridad romana, pero frecuentemente los publicanos cobraban una sobretasa, de la cual vivían, y que se prestaba a arbitrariedades; por eso, solían ser odiados por el pueblo. Además, en el caso de los judíos, se agregaba la nota infamante de expoliar al pueblo elegido a favor de los gentiles. Curiosamente, en Lucas, 30-32, los publicanos son mencionados junto a los pecadores, y nuevamente el Señor, ante esa insidiosa interrogación” ¿por qué coméis y bebéis con los publicanos y pecadores?”, responde “no tienen necesidad de médico los que están sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justo sino a los pecadores”.
Zaqueo era jefe de los publicanos, y el Evangelio deja entrever que este hombre tenía de qué arrepentirse. Y quiere ver al Señor, sin duda movido por la gracia, pone los medios a su alcance. Jesús premia este esfuerzo hospedándose en su casa y Zaqueo ante el Señor, contagiado de su mirada y comprensión, se renueva, se convierte.
¡Que esperanzador! No hay que hacer caso a voces agoreras que se dan en el relato, y que se dan en la vida… Jesucristo ha venido a eso, a buscar a los pecadores, a salvar lo que estaba perdido. Las personas estamos hechas para el cielo. Con palabras del Papa Benedicto XVI, Cristo es verdaderamente la puerta entre Dios y el hombre, su mediador; Cristo nos resucita a la eternidad del amor. Eso hace Jesús con Zaqueo. Y es que Zaqueo nota el tirón de la gracia; todo lo generoso se transforma para él en camino. Recibe al Señor prontamente y con alegría y en su inmediata correspondencia a la gracia manifiesta un propósito concreto, nada menos que devolver el cuádruplo de lo que injustamente podría haber defraudado. Aprovecha su situación económica alta para ser mejor. En este sentido y ante la situación actual, nos puede ayudar una reflexión de San Ambrosio en su Expositio Envangelii sec. Lucam: “Aprendan los ricos que no consiste el mal en tener riquezas, sino en no usar bien de ellas; porque así como las riquezas son un impedimento para los malos, son también un medio de virtud para los buenos”.
La historia de Zaqueo es usada para ilustrar la bienaventuranza “Benditos son los puros de corazón, ya que verán a Dios”. Qué buena ocasión meditar este Evangelio para aprender a mirar al Señor, para aprender a mirar nuestro corazón, para despojarnos de lo que no nos lleva al cielo.
Gloria María Tomás y Garrido