Alzando los ojos, vio a unos ricos que echaban donativos en el tesoro del templo; vio también una viuda pobre que echaba dos monedillas, y dijo: «En verdad os digo que esa pobre viuda ha echado más que todos, porque todos esos han contribuido a los donativos con lo que les sobra, pero ella, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir» (San Lucas 21, 1-4).
COMENTARIO
“Alzando los ojos”. Es un gesto de Jesús que llama la atención a todos los Evangelistas que lo introducen siempre en circunstancias importantes. Hoy levanta los ojos y mira a ricos y pobres. Estaba en el Templo, la casa de su Padre y suya (Lc 2,49) y por ser Dios, lo veía todo, pero como hombre necesitaba de sus ojos humanos taladrantes, profundos, abiertos a la verdad. Su mirada, tenía el sentido exacto de Dios y debía ser impresionante. No solo cuando, “in illo témpore”, miraba al cielo como signo de comunicación con el Padre, sino como ahora, y en otras muchas ocasiones de los Evangelios, cuando alza los ojos hacia los hombres. La mirada de Jesús es un gran tema que no cabe en este comentario, pero cada uno la lleva en su corazón desde que es cristiano.
La viuda pobre es un ejemplo de la fe y generosidad de los pobres, magistral para enseñar la confianza total en la providencia que produce la fe.
Marcos dice expresamente que “llamó a su discípulos” (Mc 12,43), para decirles lo que había hecho la viuda, como ejemplo de la gente del Reino que lo da todo, sin guardarse nada para otro vivir que no sea Dios.
De aquella mujer pobre no sabemos ni su nombre. Huérfanos y viudas eran objeto de la misericordia y serán punto de referencia ante Dios en su día de juicio final.«Lo que hicisteis con uno de estos, conmigo lo hicísteis» Y la de hoy no solo era viuda, era también pobre, «pasaba necesidades» dice Lucas finamente. Y conocería bien la vida de aislamiento y desarraigo de la sociedad de las viudas piadosas que tenían su consuelo en Yahvé y en el templo. Fe desde luego tenía, y confianza piadosa como para que el mismo Jesús la pusiera de ejemplo, también. Pocas son las personas que Jesús pone de ejemplo en alguna cualidad o actitud, sabiendo que iban a ser Evangelio. Casi todas son mujeres, un centurión y algún niño. En esta viuda anónima, sin dinero y sin nombre, Jesús exalta como ejemplo la generosidad y la entrega total a la Providencia divina: «ha echado todo lo que tenía para vivir». ¿Qué pasaría con ella tras la mirada de Jesús?. A ella y quizás a sus hijos, el ser famosos por el Evangelio que se escribiría mucho tiempo después, no le solucionaría la inmediatez del hambre. ¿Le dieron el ciento por uno de la bolsa común de los Apóstoles? Seguro que no quedó solo en una alabanza, que ella ni oyó siquiera.
Imaginar la vida de esos personajes anónimos que Jesús mira, toca, cura, regaña o les anuncia el Reino en sí mismo, no exagero al decir que personalmente me ha proporcionado un pedestal muy firme para mi fe, y el mayor disfrute fue escribir sobre ellos un libro: “La gente, más treinta personas y un Ángel”. No es propaganda, sino testimonio de la poca conocida realidad de la Comunión de los Santos, que cuando ilumina es fuente incontestable de la vida de Dios entre nosotros. Sin ser nada para el mundo, esos personajes son esencia de Evangelio, y fueron gozo de la vida del hombre Jesús.
Las viudas eran predilección de Lucas porque seguramente fueron buenas fuentes para escribir su Evangelio. Mateo y Marcos las nombran una vez cada uno, y Lucas 7 veces y una en los Hechos. Y es que las viudas piadosas eran signo de la opción de Jesús por los pobres con fe. En Lucas todas las viudas, —menos Ana que era profetisa, y seguramente más pobre que ninguna, (Lc 2,37) —están vinculadas con la pobreza y la oración, con las lágrimas y la pérdida de un hijo, además de su marido, como aquella de Naim (Lc 7,12).
Pero el tema de hoy no son los ricos y los pobres sino la medida de generosidad del corazón. Los ricos son los que solo dan de lo que les sobra, y la viuda da «todo lo que tenía para vivir». Es la entrega total con el reconocimiento de que Dios es el autor y mantenedor de la vida. Es la postura de los pobres de Yahvé, los annawim que tenían asegurada la misericordia de Dios, su Providencia divina, por toda riqueza. Pasaba necesidad, pero lo daba todo. Y seguramente lo recibía todo también, sin orgullo alguno. S. Francisco y muchos de nuestros santos debieron aprender de esta escena, de la mirada de Jesús y su alabanza de la entrega total, el misterio que siguieron toda su vida, y que arrastraba a los hombres de buena voluntad, a los de la “eudokía” de Dios dice el texto griego, que no son solo los que Dios quiere, sino los que pone de enseñanza para los demás. El mundo a los suyos así, les llama “influencer” y los saca en sus noticias de medios de comunicación, en las que llaman fake news, noticias falsas y malas, para influir en la vida de verdad que buscamos la mayoría. La pobreza y el anonimato son la gran prueba segura de la Vida de Dios en nosotros. El Padre mira en lo escondido y se goza con los lirios del campo que casi siempre solo Él ve ¡Merece la pena entregarlo todo al que todo lo ve y todo lo tiene!