En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos una parábola: «¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? No está el discípulo sobre su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota del ojo”, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano.
Pues no hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por ello, cada árbol se conoce por su fruto; porque no se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos.
El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa el corazón habla la boca» (San Lucas 6, 39-45).
COMENTARIO
Buenos días hermanos en Cristo: Una vez más, gracias a Dios, celebramos el Día del Señor. El último del tiempo ordinario antes del Miércoles de Ceniza.
En el Evangelio de hoy se nos invita a buscar la Luz del Señor y a dar fruto.
La única forma de poder ver la Luz del Señor es limpiar nuestros pecados. Si no lo hacemos, seremos un ciego que guía a otro ciego y caeremos juntos al hoyo. Si no retiramos la viga de nuestro ojo, será imposible ayudar al hermano para que retire la mota del suyo.
Y si no limpiamos nuestros pecados será imposible dar frutos sanos. El árbol dañado nunca dará frutos sanos.
En cambio, el árbol sano (alma sanada de sus pecados) dará frutos sanos. Estará llena de bondad y podrá transmitirla a los demás. Lo bueno que rebosa de su corazón lo hablará la boca. Y no sólo de palabra. También de obra.
Va a comenzar la cuaresma, tiempo penitencial, ideal para sanar nuestros pecados y comenzar a dar buenos frutos.
Un abrazo en Cristo.