En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra» (San Lucas 12, 49-53).
COMENTARIO
El fuego expresa frecuentemente en la Biblia el amor ardiente de Dios por los hombres Por ejemplo en el Libro del Deuteronomio 4,24 podemos leer: “Porque Jehová tu Dios es fuego consumidor”. Si unimos esta imagen a la del Bautismo, en la que se nos abren de par en par las puertas del cielo, comprobamos en Jesús, el Hijo de Dios, las ansias incontenibles de dar su vida por amor a cada persona.
Amor con amor se paga. Dar siempre está unido a haber sido aceptado; o al menos es lo que debería ser. Por ello, Si Jesús se nos da y se nos da del todo ¿qué hemos de sentir, de querer, de buscar en nuestra vida? Amor. Lo expresa con finura y profundidad San Josemaría en el punto 31 de Forja. “¡Oh Jesús…, fortalece nuestras almas, allana el camino y, sobre todo, embriagamos de Amor!: haznos así hogueras vivas, que enciendan la tierra con el divino fuego que Tu trajiste”
Fácil no es asequible sí. Entusiasmarte desde luego. Cuando luchamos por vivir de esta manera -ojalá sea siempre-, nos pasará como a Jesús, es decir que Dios lo ha constituido “signo de contradicción”, y que también su discípulos notaremos esa carga, que es un honor.
El Catecismo de la Iglesia recoge esta senda cristiana en el número 2015: “El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual. El progreso espiritual implica la ascesis y la mortificación que conducen gradualmente a vivir en la paz y el gozo de las bienaventuranzas”
En definitiva, nos alienta lo que experimentó San Juan Pablo II, que no caminamos a la cruz, sino que por la cruz y en ella, vamos a la Luz. Esa luz que refleja el amor ardiente de Dios por ti, por mí, por todos.