«En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Es inevitable que sucedan escándalos; pero ¡ay del que los provoca! Al que escandaliza a uno de estos pequeños, más le valdría que le encajaran en el cuello una piedra de molino y lo arrojasen al mar. Tened cuidado. Si tu hermano te ofende, repréndelo; si se arrepiente, perdónalo; si te ofende siete veces en un día, y siete veces vuelve a decirte: «Lo siento», lo perdonarás”. Los apóstoles le pidieron al Señor: “Auméntanos la fe”. El Señor contestó: “Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: ‘Arráncate de raíz y plántate en el mar’. Y os obedecería”». (Lc 17,1-6)
En este evangelio de San Lucas encontramos unas reglas muy precisas para la vida en comunidad. No hay que mirar fuera de la Iglesia, al exterior de nuestras parroquias o comunidades, sino al centro mismo de nuestras asambleas. En nuestra vida de creyentes tenemos unas fuertes responsabilidades y, según avanzamos en el camino de la fe, más daño podemos hacer a otros hermanos por nuestros pecados o comportamientos.
Muchas veces no nos damos cuenta que nuestras faltas y actitudes repercuten muy negativamente en los “pequeños”, esos hermanos tal vez más débiles en la fe o que acaban de incorporarse a una comunidad. Cuando criticamos al hermano, cuando rompemos los signos de amor y unidad que deben caracterizar a los cristianos, cuando nos negamos a perdonar al otro, cuando nos burlamos de personas porque están en un movimiento distinto al nuestro… Hay ojos y corazones que nos están observando y que probablemente se escandalicen de nuestros pecados. Por eso Cristo es tajante: “Es inevitable que sucedan escándalos; pero ¡ay del que los provoca! Al que escandaliza a uno de estos pequeños, más le valdría que le encajaran en el cuello una piedra de molino y lo arrojasen al mar. Tened cuidado”.
Pero si la primera clave de este evangelio es no escandalizar, la segunda es la corrección fraterna: “Si tu hermano te ofende, repréndelo; si se arrepiente, perdónalo; si te ofende siete veces en un día, y siete veces vuelve a decirte: ‘Lo siento’, lo perdonarás”. Y aquí Jesús nos recuerda la necesidad de tener paciencia con el hermano y perdonarle de forma reiterada.
En el evangelio de Mateo dice que debemos perdonar hasta ¡setenta veces siete! (Mt 18,22). Perdón y reconciliación son un binomio en el que Jesús insiste. Como hermanos en la fe, tenemos ese mandato de corrección fraterna pero siempre como un servicio al hermano y a la comunidad, nunca en una actitud de juicio y de creerse superior al otro. Y, por supuesto, como sabemos que al corregir pueden surgir la disputa, la confrontación, el desamor… siempre tenemos que estar prestos para buscar la reconciliación. La experiencia del amor de Dios nos debe ayudar en ese amor y perdón al hermano.
Nuevamente, como tantas veces, nos encontramos ante una misión imposible en nuestras fuerzas. Solo en la confianza en Dios, de quien tenemos la experiencia de una infinita misericordia, podemos caminar junto a los hermanos. Ante esa difícil tarea de no ser piedra de escándalo para los hermanos de comunidad y de estar dispuestos a perdonar siempre, los apóstoles le pidieron al Señor: “Auméntanos la fe”. Y el Señor les contesta: “Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: ‘Arráncate de raíz y plántate en el mar’. Y os obedecería”. La oración es el cimiento de nuestra fe: no hay obras sin oración, no podemos ser testigos si no oramos y tenemos intimidad con el Señor, no puede haber evangelización si no basamos nuestra vida en el diálogo permanente con el Padre.
Pero somos afortunados: no viajamos solos en nuestro caminar. Estamos en la Iglesia, la nave que nos acoge a todos, y nos apoyamos en la oración de la comunidad, en la ayuda de los presbíteros, en la corrección del hermano…. Y cuando no tenemos fuerzas, cuando nos sentimos cansados, siempre hay un hermano que está levantando su oración al Padre por ese hermano que se siente al borde del camino. Esta es la maravilla de la Iglesia: no estamos solos. Y el Amor de Dios nos llega a través de muchos cauces. ¿O es que no hemos descubierto todavía que Cristo acompaña nuestro camino? Pidamos fuertemente, implorando a la Virgen María su intercesión, que nos ayude a gozar de la alegría de ser miembros del Pueblo de Dios, de ser Hijos de Dios y de la Iglesia.
Juan Sánchez Sánchez