En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar al gentío del reino de Dios y curó a los que lo necesitaban.
Caía la tarde, y los Doce se le acercaron a decirle: «Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado.»
Él les contestó: «Dadles vosotros de comer.»
Ellos replicaron: «No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar para dar de comer a todo este gentío.»
Porque eran unos cinco mil hombres.
Jesús dijo a sus discípulos: «Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.»
Lo hicieron así, y todos se echaron.
Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos. Lucas 9, 11b-17
Con el gesto de la multiplicación de los panes y los peces, Jesús revela su condición de ser el que aporta la salvación definitiva del género humano, porque aporta a su pueblo el alimento de Dios. El banquete del Señor, el ágape comunitario de compartir y vivir la fe para ser testimonio de que el mejor alimento que tenemos es la Eucaristía, que nos une con Jesucristo, y con los miembros de su cuerpo, que es la Iglesia.
Para que los hambrientos de hoy, rebaño sin Pastor, puedan profundizar en el significado de la Eucaristía en sus propias vidas, debemos acogerlos, hablarles del Reino, orientarles con la Palabra de Dios y ser el Buen Pastor.
No te preocupes el Espíritu iluminará tus acciones y, como Él ha puesto en práctica, siempre tendrá cestos repletos de alimentos para que nunca falte el sustento.