Desde el siglo XIX, ninguna de las cumbres ha durado más de cuatro días. Sólo Benedicto XVI y Pablo VI llegaron como favoritos
«No durará más de tres días, máximo cuatro. Después del tercer día, no se puede vivir más en estas condiciones». Lo predijo antes de una elección papal alguien que supo mucho sobre cónclaves. No en vanoGiuseppe Siri, el eterno papable y arzobispo de Génova, participó en cuatro. Fueron los últimos cónclaves del siglo XX, pero la tónica no cambió en el primero del XXI. Todos los vaticanistas ratifican ahora la teoría de Siri y prevén que el que comienza el martes en ningún caso llegará al fin de semana. Y si no fuera así, siempre se podrá utilizar la táctica del cardenal italiano: «¿Sabe qué llevo a la clausura? Media botella de coñac. No para mí, sino para el elegido. Lo he hecho en los cónclaves anteriores y ha servido. Créame».
Sea con coñac o sin él, lo cierto es que la brevedad ha sido la tónica general desde el siglo XIX. Aún más, en los últimos 75 años. El Cónclave que eligió a Pío XII duró un solo día; los de Juan Pablo I y Benedicto XVI se resolvieron el segundo día; y los de Juan Pablo II y Pablo VI duraron tres. La elección más larga de la segunda mitad del siglo XX fue la de 1958, que requirió cuatro jornadas y once escrutinios para elegir al inesperado Ángelo Roncalli.
La otra cualidad que han tenido los últimos cónclaves es lo incierto del resultado. Desde un Papa que partía como claro favorito —fue el caso de Pablo VI y de Benedicto XVI— hasta un Pontífice por sorpresa ante la falta de acuerdo sobre los principales candidatos —como ocurrió con Juan XXIII y con Juan Pablo II—. En los cónclaves de las últimas décadas no ha habido uniformidad en el tipo de resultado. Los cardenales se han mostrado absolutamente imprevisibles.
Ni siquiera la nacionalidad es a estas alturas un factor determinante. Después de varias elecciones en las que el contrapeso entre la mayoría italiana y las minorías del resto del mundo se decantó hacia el lado italiano, sin embargo los dos últimos cónclaves han alumbrado a un Papa polaco y a otro alemán. Cardenales de hasta 51 nacionalidades tienen que reunir un consenso sin precedentes.
Aún así, todos insisten: «Será rápido». Lo que no aciertan a predecir es a quién invitaría Siri a tomar coñac.
1958. Juan XXIII
Angelo Roncali no estaba en ninguna de las quinielas de la época. De hecho, cuando se conoció la identidad del nuevo Pontífice, hubo unanimidad en el diagnóstico: «Será un Papa de transición». También en eso se equivocaron los pronósticos. Aquel Papa por sorpresa y aparentemente de paso convocaría tres meses después elConcilio Vaticano II, la reforma de mayor profundidad y calado de los últimos siglos en el seno de la Iglesia.
El propio Juan XXIII revelaría después el nombre del cardenal con quien estuvo pugnando durante once votaciones: el armenio nacionalizado italiano Krikor Bedros Agagianian. Lo cierto es que ninguno de los dos había partido como favorito. El prelado más popular de la época era Montini, que luego se convertiría en Pablo VI, pero aún no era cardenal. Ninguno de los favoritos (el «conservador» Giuseppe Siri, arzobispo de Génova, y el «liberal» Giacomo Lercaro, arzobispo de Bolonia) llegaron a las rondas finales.
1963. Pablo VI
Como ya había ocurrido 24 años antes con monseñor Pacelli (Pío XII),esta vez sí había un clarísimo favorito que terminó siendo Papa. Desde incluso antes del fallecimiento de Juan XXIII, se venía hablando del arzobispo de Milán como el hombre llamado a cerrar los trabajos del Concilio Vaticano II. De lo poco que ha trascendido de este Cónclave, se cuenta que el bloque de cardenales no italianos pusieron sobre la mesa varios nombres de purpurados de otras nacionalidades. Entre ellos, se nombra al arzobispo de Viena, Franz König, y al de Bruselas, Léon Joseph Suenens. Lo cierto es que ni ellos ni ningún otro tuvieron opciones reales, y aunque en los cuatro primeros escrutinios Montini no consiguió la mayoría requerida, en el quinto terminó siendo Papa.
La certeza de que sería Montini el elegido era tal, que antes de que el cardenal protodiácono pronunciara su nombre desde el balcón de la basílica, la multitud congregada estalló en aplausos y aclamó al nuevo Santo Padre.
1978. Juan Pablo I
«El sábado a la mañana —recordaría después el arzobispo de Eztergom, Lazlo Lékai— saliendo de la Capilla Sixtina, habíamos encontrado en el ascensor al Patriarca Luciani. Entonces le dijimos: «Los votos están aumentando». Él se escudó diciendo: «Esto es solamente un temporal de verano».
La enigmática respuesta de Luciani, pocas horas antes de convertirse en Juan Pablo I, terminó siendo una trágica premonición. Su papado fue muy breve, tanto como la propia elección. En solo cuatro escrutinios, logró la mayoría Juan Pablo I, que aunque daba el perfil de lo que se buscaba (cálido, bondadoso, italiano) no había partido como favorito. Las opciones de Siri, Ursi y Benelli se desvanecieron en las cálidas jornadas de aquel mes de agosto en que el hijo de un albañil se sentó en el Trono de Pedro.
Treinta y tres días después, el 28 de septiembre de 1978, a punto de cumplir 66 años, falleció Juan Pablo I dejando de nuevo huérfana a la Iglesia y abriendo un nuevo Cónclave.
1978. Juan Pablo II
El primer Pontífice no italiano desde el holandés Adriano VI (1552) tampoco figuraba entre los favoritos de las muchas quinielas que se confeccionan antes de cada Cónclave. De hecho, su nombre ni siquiera aparecía en los primeros escrutinios. Según terminó trascendiendo, los cardenales más apoyados al principio fueron, de nuevo, los italianos Giuseppe Siri y Giovanni Benelli. En teoría, los miembros de la Curia apoyaban a Siri, arzobispo de Génova, mientras que Benelli aparecía como candidato alternativo. Sin embargo, ninguno de los dos consiguió la mayoría necesaria, y entonces se buscó un cardenal de otra nacionalidad que supusiera un cambio en la Iglesia.
Y el Espíritu Santo tuvo que hacer esta vez horas extras, pues Karol Wojtyla —el cardenal polaco elegido en octava votación con 99 papeletas— estuvo a punto de no poder acceder al Cónclave, al averiársele el coche a 50 kilómetros de Roma poco antes de la clausura. El cardenal que llegó el último terminó siendo el primero.
2005. Benedicto XVI
Desde la primera votación del Cónclave que tenía la durísima tarea de elegir al sucesor de Juan Pablo II, emergió la figura de Joseph Ratzinger por encima del resto de posibles candidatos. Hasta 47 votos frente a los 10 del argentino Bergoglio. El sector italiano (Martini, Ruini, Sodano, Tettamanzi) no tuvo esta vez ninguna opción. Tampoco el hondureño Óscar Rodríguez Maradiaga, que aquella primavera aparecía en las quinielas de muchos medios de comunicación durante los días previos al primer Cónclave del siglo XXI.
Solo el cardenal de Buenos Aires, que llegó a obtener hasta 40 votos en la tercera votación, se quedó en puertas de la elección. En el cuarto escrutinio, en el que Ratzinger obtuvo 84 votos, el alemán resultó elegido Papa. No se produjo en el caso de Benedicto XVI el «efecto avalancha» de los dos escrutinios finales de 1978, que dieron 99 votos a Albino Luciani (Juan Pablo I) y 98 a Karol Wojtyla (Juan Pablo II), de un total de 111 electores.