Habiendo convocado Jesús a los Doce, les dio poder y autoridad sobre toda clase de demonios y para curar enfermedades. Luego los envió a proclamar el reino de Dios y a curar a los enfermos, diciéndoles: «No llevéis nada para el camino: ni bastón ni alforja, ni pan ni dinero; tampoco tengáis dos túnicas cada uno. Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si algunos no os reciben, al salir de aquel pueblo sacudíos el polvo de vuestros pies, como testimonio contra ellos».
Se pusieron en camino y fueron de aldea en aldea, anunciando la Buena Noticia y curando en todas partes (San Lucas 9, 1-6).
COMENTARIO
No suele Lucas repetir expresiones en la proclamación de su mensaje, porque era un buen escritor, probablemente el más culto del griego neotestamentario. A Juan en cambio le encanta repetir una y otra vez la misma expresión, como una espiral hacia la luz. Por eso llama más la atención la insistencia de Lucas hoy en el mandato de «curar a los enfermos». Hasta tres veces lo repite en los seis versículos. Y no es solo porque él fuera médico, «el médico querido» le dice Pablo (Col, 4,14), sino porque proclama que el Evangelio es la salud total del hombre. Quizás por eso él mismo dejó el bisturí y cogió la pluma, que en sus manos es casi un pincel, y en la página de hoy, también un escalpelo de todo lo superfluo.
Jesús ordenó a los Doce que no llevasen nada con ellos fuera del Evangelio ungido con el poder que les había dado. Su misión era y es proclamar la Buena Noticia de la cercanía del Reino, y preparar el terreno humano que había de ocupar ese Reino, expulsando a los demonios que lo ocupaban y curando enfermos, porque es un Reino de paz y de salud.
El estilo es minimalista, ni bastón siquiera para el camino, no sea que se confundiese con alguna otra técnica de curación y ayuda, desde la magia a la medicina de la época. Todo era nuevo. No solo porque era gratis, sino porque era gracia unida al Kerigma.
«Les dio poder y autoridad sobre toda clase de demonios, y para curar enfermedades». Creo que hoy hemos desvirtuado muchas de las fuerzas inherentes al Evangelio de Jesús vivo. Quizás porque ni creemos en los demonios, ni pensamos que haya mejor camino de curar enfermedades que el de la Seguridad Social, al menos para los pobres. Y mucho menos, que si hubiese alguna otra alternativa, fuese gratis. ¡Así nos va!
El mandato de Jesús a los Doce de proclamr la llegada del Reino, conllevaba el don paralelo de poder y autoridad sobre «toda clase de demonios», y de curar enfermedades. No dice el médico evangelista que fuesen todas las enfermedades, pero sí deja entrever que se trata al menos de una opción, interés y cuidado especial por los enfermos, incluyendo milagros. De hecho ese don de milagros ha quedado más como prueba especial para la canonización del que lo tiene, que como interés directo por los enfermos, aunque la Iglesia sea la pionera en hospitales y lugares de atención a todo tipo de enfermos.
El mandato más general de “cuidado” ha quedado transformado en la labor pastoral de las almas, y por eso a los presbíteros se les llama curas. Aunque rara vez conlleva el don de sanación. Como el mandato eclesiástico del celibato, rara vez lleva el don magnífico de la castidad perfecta. La “cura” de almas del mandato de Jesús, tiene su reflejo diario y seguro en el sacramento de la reconciliación, o el perdón de los pecados. En esa intimidad purificadora que prepara la participación en la Eucaristía, hay una salud que sintetiza la autoridad y el poder de la Iglesia frente a demonios y enfermedades humanas.
Realmente el gran servicio que contiene aquel mandato de Jesús es la proclamación del Evangelio del Reino. La propia fuerza de esa tarea kerigmática, repartirá los dones necesarios para la certeza en la fe de la comunidad. Y así vestidos, con una sola túnica y unas solas sandalias, para poder llevar todo el peso de la enorme gracia y fuerza (dínamis) que les ungía, fueron «de aldea en aldea». ¡Quien pudiera!