Jesús nos dice en el Evangelio de San Mateo que no ha venido a abolir la Ley sino a dar plenitud. Para el pueblo de Israel era tan importante como imposiblecumplir los numerosísimos preceptos de la Ley, y de hecho alguna secta —como la de los fariseos— se jactaba de practicar una gran mayoría de ellos. Este sentimiento de cumplir hasta la última tilde de la Ley los convertía en esclavos de la letra aunque alejados del espíritu. Y así vivían de la apariencia, para ser alabados por su exterior y careciendo de la pureza de corazón.
Pero Cristo ha venido para traernos la libertad. Él sabe que el cumplimiento de todos y cada uno de los mandamientos es labor imposible para nuestra débil naturaleza humana. Reflexionando un poco nos damos cuenta que el dar plenitud es mucho más que el simple cumplimiento; es rebasarlo, perfeccionarlo…
Todo depende de la actitud del corazón. No se trata de cargar sobre nosotros un peso superior a nuestras fuerzas, de convertirnos en esclavos de la observancia de los preceptos. Hay que ir mucho más lejos y así se lo hace ver Jesús a sus discípulos. El secreto está en el amor. Cuando las cosas se hacen con y por amor estamos superando la Ley y dándole plenitud.
El gran Agustín, el hombre de la reflexión profunda, el que —por propia experiencia— conoce como nadie las debilidades del corazón humano llega a esta sencilla conclusión: «Ama y haz lo que quieres». Porque amar, lo dice el Señor, es cumplir la Ley entera.
No nos atormentemos con el inútil pensamiento de si la cumplimos o no. Lo más sencillo es seguir esta directriz del amor. Desde nuestro despertar en la mañana procuremos que todos los actos estén condimentados con el ingrediente del amor, que no pensemos tanto en lo que no cumplimos sino que nuestra reflexión nos lleve a preguntarnos: ¿lo hiciste con amor? Y si la respuesta es afirmativa entrarás en el descanso y entenderás que dar plenitud a la Ley es tan sencillo como obrar por amor y con amor.
Isabel Rodríguez de Vera