«Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tornó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros por delante. De camino, entraron en una aldea de Samaria para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén. Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le preguntaron: “Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos?”. Él se volvió y les regañó. Y se marcharon a otra aldea». (Lc 9,51-56)
Al enfrentarme a esta tarea de hacer una breve reflexión sobre el evangelio del día, siempre me asalta la duda de estar realmente preparado para hacer algo así, por eso hoy quiero dar gracias a Dios porque al preparar el comentario de este día me he encontrado con que celebramos la memoria de un Santo —San Jerónimo— que amó sobre todo la palabra de Dios, y entendió perfectamente que su interpretación solo puede ser cierta si está en comunión con la Iglesia, que es la depositaria del Espíritu Santo que revela a nuestros corazones la verdad.
No voy a extenderme más en este aspecto sin dejaros la fuente que me ha hecho comenzar con esta reflexión http:/www.corazones.org/santos/jeronimo.htm. En ella podéis encontrar los enlaces a los textos de Benedicto XVI en sus audiencias generales del 7 y 14 de noviembre de 2007, que os recomiendo meditar.
Y dicho esto nos enfrentamos una vez más a un Jesús que rompe nuestros esquemas de justicia. ¿Cuántas veces nos hemos planteado que lo mejor para eliminar el pecado en el mundo lo mejor es acabar con los pecadores? Jesús ,sin embargo, tiene otra actitud totalmente diferente. No es esta la única vez que rechaza esa violencia, recordemos la invitación a Pedro a envainar la espada en Getsemaní o la parábola en que recomienda dejar a la cizaña crecer con las espigas para separarlas después.
Hoy en día este mundo secularizado, en el que no se mienta al demonio y el pecado no existe, la sociedad se enfrenta a todo lo que huele a mal, al sufrimiento, apartándolo de delante. Es de ahí, de esa ignorancia, de esa identificación del sufrimiento con el mal y la incapacidad de ver una esperanza ante tales hechos, de donde nace el rechazo que lleva a justificar la búsqueda del placer inmediato, el rechazo de sufrimientos que justifica abortos, eutanasias y demás “soluciones”. Todo ello gritos de angustia de una humanidad que ha perdido a Dios, que ha cerrado el cielo y no conoce la gloria de la resurrección. Habiendo quedado, como consecuencia, condenada a vivir en el infierno y siendo esclava del demonio.
Claro que el mundo, como a los apóstoles, no nos recibe. Pero, ¿no estaremos actuando con demasiada frecuencia como jueces? ¿Qué damos los cristianos al mundo? ¿Estamos transmitiendo un mensaje de salvación y de esperanza? ¿Estamos anunciando la misericordia de Dios y su amor? ¿O, en cambio, estamos reclamando un castigo divino que deja al mundo sin esperanza alguna de salvación? Es por eso que creo que hoy es un día importante para revisar nuestra actitud ante los otros.
Pidamos a Dios que nos conceda remitirle a Él los juicios y a nosotros nos permita seguir avanzando hacia la vida eterna, anunciando su amor por el camino.
Antonio Simón