«En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?”. Él le dijo: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser». Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas”» (Mt 22,34-40)
Me contaron la anécdota de un compañero, sacerdote rural, destinado a un pueblecito de la “Castilla profunda”, con poquitos habitantes pero todos ellos fieles a la Eucaristía dominical. Con tal magnitud de concurrencia (casi el 100%) pensó que del mejor tema que podía hablar era de la gracia del “banquete eucarístico”. Así, semana tras semana y homilía tras homilía; observando que, o porque estaban todo el día “cara al sol”, o porque no se enteraban de nada, ante la evidente percepción de que sus discursos mantenían a la feligresía con “impasible ademán” decidió preguntar: “¡Sabéis lo que es un “banquete!, ¿verdad?”. A lo que respondieron sin ningún género de duda: “¡Claro, padre, una tablilla redonda con tres o cuatro patas cortas que sirve pa’ sentarse!”.
Son los problemas de la polisemia. Cuando en mis visitas a la cárcel paso por Enfermería, suelo acercarme a la “Sala de curas” y, si no están atendiendo a nadie, con un poco de guasa digo al personal que se salgan que están en mi sala. Saben que es broma. Lógico.
No basta con saber las palabras. Hay que conocer el concepto exacto que queremos expresar. “¿Cuál es el mandamiento principal de la Ley?”. Por supuesto que el “experto en la Ley” que pregunto a Jesús (con manifiesta maldad) ya sabía la respuesta “de catecismo” desde niño. Pero ¡ay!, sabiendo que la respuesta era “Amor”, en su intención había de todo menos “Amor”. Al igual que el joven rico que se acercó a Jesús, todo eso ya lo cumplía desde niño. Pero el concepto “dios” lo tenía errado, incluso “herrado” (hoy me ha dado por la gramática, ¡qué le vamos a hacer!) de modo que, como canta Joaquín Sabina: “El “dinero”: el único “dios verdadero”.
También Jesús conocía la respuesta desde niño. Pero no era cantinela de catecismo, era experiencia filial. Y con tan solo doce años ya sabía que lo prioritario en su vida sería hacer la voluntad de su Padre.
Tres conceptos que, depende quién los piense, no siempre significan lo mismo: “Amor”, “Dios”, “Prójimo”. “Amor”: Palabra manida, vilipendiada, tan manoseada y repetida en canciones huecas y culebrones de televisión que se ha devaluado toda su fuerza significativa y ha pasado de ser expresión de los más nobles sentimientos de encuentro con “el otro” a las más sofisticadas justificaciones del egoísmo hedonista que tiene como único centro el “yo”. “Amor”, por el contrario y según 1ª Corintios 13: “es paciente… no tiene envidia… no lleva cuentas del mal… no se alegra con la injusticia… todo lo cree… espera ¡sin límites!… aguanta ¡sin límites! ¡No pasa nunca!…”. Y Juan nos da la definición más escueta y colmada: “Dios es Amor”; con lo que pasamos al segundo concepto: “dios”: Y, como ya desde el principio, el tentador, se encargó de convencer que Dios es un estorbo y que, de ninguna manera moriréis sino que seréis como “dioses”, pues se ha dado la vuelta a la tortilla, y el hombre, ha dejado de ser “imagen y semejanza de Dios” para hacer un “dios” a su imagen y semejanza: ¡Cuántas guerras, matanzas, tropelías, venganzas… en nombre de dios!
Pero a “Dios”, nadie le ha visto jamás. Solo el Hijo nos lo ha mostrado. Él es imagen del Dios invisible. Por tanto, cualquier concepto, idea o actitud acerca de Dios que no encontremos en Jesucristo (y me remito a 1ª Corintios 13) sencillamente no existe. No pasa de ser un ídolo o una proyección mí mismo. Y como Dios es “Uno”; pues no puede ser el “Uno” y el otro. Tengo amigos “ateos” que se sorprenden cuando les digo que estoy totalmente de acuerdo con ellos: “El “dios” en el que tú no crees, yo tampoco creo.
Me viene a la memoria un poema de Pedro Casaldáliga que dice:
“Donde tú dices Ley, yo digo Dios…
…donde tú dices Dios, yo digo libertad, justicia y amor”
Lo que me da pie a pasar al tercer concepto: “prójimo” del latín proximus, el que está cerca. Pero claro, “cerca”, “lejos” las distancias son relativas. Cuentan del torero Rafael “el Gallo” que cuando le achacaron que Sevilla estaba muy lejos, lleno de pundonor replicó: “Sevilla está donde tiene que estar, lo que está lejos es Madrid”. Pues eso, que el “prójimo está donde tiene que estar” y el que está lejos pues…, mismamente “yo”.
“Y, ¿quién es mi Prójimo?” hará como re-pregunta el, posiblemente mismo fariseo malintencionado, en el evangelio paralelo de Lucas. Y ya sabemos la parábola: “Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó….”. Ante el Prójimo es fácil dar un rodeo, casi siempre justificado, y deja de ser “próximo”. O, por el contrario, aun siendo hostil, acercarse, tocarle y tenerlo muy “próximo”. El Papa Francisco nos recuerda que la proximidad está en la periferia; “cerca”, “lejos”…, las distancias son relativas.
Pero, en realidad, el primer, primer Mandamiento es “Escucha”. En Babilonia hay demasiado ruido para “escuchar”. Hay que salir a las periferias, al desierto a escuchar la voz de Dios en esa zarza interior que pincha pero que, a su vez, contiene un fuego ardiente que no se consume y que descubre a un Dios que también escucha al oprimido que le grita (primera lectura de hoy): “Sus clamores han llegado hasta mis oídos”, así se reveló a Moisés. Quizás, hasta Jesús, nadie como Moisés entendió el verdadero significado de las Tablas de la Ley. Quizás por eso las hizo añicos delante del pueblo. ¡Se habrían condenado todos!
Jeremías profetizará: “Pondré mi Ley en su interior y la escribiré en sus corazones” (Jr 31, 33). Profecía que se cumple en Jesucristo: “En esto consiste el AMOR: No en que nosotros hayamos amado a DIOS, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo (salió a la periferia para hacerse PRÓJIMO) como víctima de propiciación por nuestros pecados” (1Jn 4, 10).
Pablo Morata