Jesús con la Cruz a cuestas camino del Calvario
La prueba de que el cristianismo no ha salido de la mente del hombre se hace patente en la Pasión: nadie desea morir, y menos aún ser torturado, pero en cambio sí estaba presente en la mente de Dios desde el comienzo de la Creación. Él mismo estaba dispuesto a realizar este durísimo camino para salvarnos si rompíamos sus designios amorosos, como así sucedió.
El primer Vía Crucis de la historia va a realizarse en la persona de Cristo. Y comienza en el mismo momento en que “Dios no retuvo ávidamente su dignidad sino que se hizo hombre, y hecho hombre se humilló a sí mismo tomando la condición de esclavo y padeciendo hasta la muerte, la muerte de un pecador, la muerte de un malhechor, ¡Muerte de cruz!”. El primer Vía Crucis comienza en el Cielo, al despojarse Dios mismo de su condición divina, y culmina en el Calvario, al despojarse incluso de su condición humana. ¡Nos lo entregó todo!
Cristo sale del Pretorio cargando con la cruz e inicia la subida al Calvario como Isaac subiera en otro tiempo al monte Moria cargando con la leña para el holocausto, aunque en esta ocasión el sacrificio sí se iba a consumar. Jesús, en un momento dado se vuelve hacia un grupo de mujeres que le seguían llorosas y les dice: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, sino por vosotras y por vuestros hijos, porque si esto hacen con el leño verde, con el seco qué se hará.” Si el mal es capaz de hacer esto con el inocente, qué no hará con los culpables. Recemos, sí, recemos porque podemos rechazar la sangre que ha comprado nuestra liberación y hacerla inútil.
Llevaban, además, otros dos malhechores para ejecutarlos con Él, pues así era considerado Cristo, un malhechor (un hacedor de males). Le encaminan fuera de la muralla, como en otro tiempo fue echado afuera del campamento, Azazel, el chivo expiatorio en el que el sumo sacerdote hacía cargar el delito de todo el pueblo. El cordero cargaba sobre sí todo el mal y era condenado a vagar por el desierto, liberando así a la comunidad de toda culpa.
arbol de vida eterna, misterio del universo
Como el agotamiento hacía estragos y el Señor caía al suelo una y otra vez bajo el peso de la cruz, echaron mano de un cierto Simón de Cirene para que le ayudara a llevarla. He aquí el primer redimido: venía del campo y no sabía lo que ocurría allí, pero se encontró llevando la cruz detrás del Señor. Jesucristo había dicho en el Sermón del Monte: “Bienaventurados los que sufren injusticias por causa del Hijo del hombre. Alegraos aquel día y saltad de gozo porque vuestra recompensa será grande en los Cielos”. Pues he aquí que este Simón de Cirene fue el primer bienaventurado al tocar el árbol de la vida que, junto al árbol de la ciencia del bien y del mal, había sido plantado por Dios en medio del Paraíso, y guardado celosamente por los querubines con la espada de fuego vibrante para no ser tocado.
Este árbol de la vida no era otro que el de la Cruz que Dios ya había previsto y dejado oculto hasta que llegara el momento culminante de la historia. Un árbol con cuatro brazos, como el río que salía del Edén, y que se dividía a su vez en cuatro brazos para regar la vida: el Pisón, el Guijón, el Tigris y el Éufrates, cuyos cauces vertían sus aguas en las cuatro direcciones cardinales. De este árbol brotaba la vida desde el origen del mundo y lo haría hasta el confín de la tierra.
Cristo marcha “como un héroe a recorrer su camino”, dispuesto a injertar el árbol de la vida fuera del Paraíso, y así ser visto por todos los que estábamos exiliados y poder retornar sin más que tocarlo. Árbol de vida eterna, misterio del universo… El mismo Dios nos lo trae cargándolo Él mismo en persona para plantarlo como una bandera en la cima del monte.