Hace unos días ha empezado un tiempo de los que llamamos “fuertes”. Y es que no es poca cosa esperar la llegada de la Pascua.
Viene a ser el tiempo de Cuaresma de purificación. Pero sabemos que purificarse no resulta fácil sino, al contrario, difícil y, a veces (por nuestra mundanidad) imposible.
Dejó dicho San Josemaría, en la Homilía del I Domingo de Cuaresma (2 de marzo de 1952) que “La Cuaresma ahora nos pone delante de estas preguntas fundamentales: ¿avanzo en mi fidelidad a Cristo?, ¿en deseos de santidad?, ¿en generosidad apostólica en mi vida diaria, en mi trabajo ordinario entre mis compañeros de profesión?” (“Es Cristo que pasa” 58)
Así, la purificación puede ser procurada contestando a cada una de una tales preguntas, de la forma que Dios espera de nosotros:
1.- ¿Avanzo en mi fidelidad a Cristo?
Demandado como esencial en nuestra fe, alcanzar un grado de fidelidad mayor, es, para nosotros, no sólo importante sino básico. Ser fieles es sinónimo de haber comprendido lo que significa creer en Dios.
2.- ¿Avanzo en deseos de santidad?
Ser santos, en tiempo de Cuaresma, es identificarnos, más que nunca, con un comportamiento recto y obligatoriamente cristiano: amor, perdón, servicio, oración…
3.- ¿Avanzo en generosidad apostólica en mi vida diaria, en mi trabajo ordinario entre mis compañeros de profesión?
Ser apóstoles en un mundo como el que nos ha tocado vivir (tan descreído…) no es fácil. Sin embargo, se requiere de nosotros un apostolado tal que, en el tiempo de purificación que supone al Cuaresma, sirva al prójimo de acercamiento exacto a la comprensión de lo que suponen los 40 días más importantes del año cristiano.
Por eso ahora, que tan cerca estamos de la Pascua, bien podríamos tratar de reflexionar sobre las preguntas aquí planteadas para que el tiempo de purificación que, otro año más, nos regala Dios sirva, efectivamente, de momento de pureza espiritual importante, de raíz, para nosotros.
Eleuterio Fernández