En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Un hombre rico tenía un administrador y le llegó la denuncia de que derrochaba sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: «¿Qué es eso que me cuentan de ti? Entrégame el balance de tu gestión, porque quedas despedido.» El administrador se puso a echar sus cálculos: «¿Qué voy a hacer ahora que mi amo me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa.» Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero: «¿Cuánto debes a mi amo?» Éste respondió: «Cien barriles de aceite.» Él le dijo: «Aquí está tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta.» Luego dijo a otro: «Y tú, ¿cuánto debes?» Él contestó: «Cien fanegas de trigo.» Le dijo: «Aquí está tu recibo, escribe ochenta.» Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz» (San Lucas 16, 1-8).
COMENTARIO
Esta pregunta es muy normal en la vida corriente y muy corriente en la vida normal. Uno está en una encrucijada o en una situación límite, ante un simpe problema o ante una toma de decisión de cierto calado y… ¿qué hacer? Dos respuestas generales: optar por el bien o por el mal. Pero se da una respuesta inteligente que consiste en la astucia, bueno, en la santa astucia.
Uno piensa que respondiendo siempre con simple amor o humildad es suficiente pero no es así. En ocasiones hay que recurrir a la santa astucia, igual que en otras habrá que recurrir a la fortaleza.
Quizás sea más ajustado hablar de amor en sus distintas vertientes; amor fuerte, amor humilde, amor astuto…, y así, porque ciertamente el amor basta por sí mismo para responder bien. Quien da por respuesta el amor lo hace bien.
Se nos recuerda a los cristianos desde las Sagradas Escrituras que no debemos responder mal por mal ni maldición por maldición, sino todo lo contrario; responder con una bendición porque a eso hemos sido llamados, a heredar una bendición.
En otro pasaje de la Escritura nos dice el Señor que no seamos vengativos sino generosos en la respuesta de amor; que se te quitan capa que le des también la túnica, que no devolvamos mal nunca. Ofrecer la otra mejilla cuando nos golpeen en una. Así debe ser el tono de los cristianos.
Pues en el evangelio de hoy nos ofrece una respuesta astuta que no atenta contra la caridad.
El Señor nos pone como ejemplo a la serpiente. La prudencia no de un sabio del oriente sino la de una serpiente, es curioso. No nos va a inducir al mal Jesucristo presentándonos a un reptil. Hay una sana astucia que yo llamo santa porque el mismo Jesucristo actuó así. El no dijo con qué autoridad actuaba en un ocasión, no aclaró si subiría a Jerusalén. El, siempre manso y humilde de corazón, sabía tratar a los fariseos con fuerza, astucia y prudencia.
Pero la pregunta queda en pie: ¿Qué hacer antes circunstancias que se nos presentan en la vida que exigen una respuesta coherente con el cristianismo? El administrador del evangelio nos da una solución: la santa astucia.
En la historia de nuestra Iglesia hay muchos casos donde se aprecia esta actitud sabia. Por ejemplo, el caso de la carmelita Edith Stein (Santa Teresa Benedicta de la cruz). En el campo de concentración no se dedicó a criticar el régimen nazi, como hiciera su hermana, que compartía la misma suerte; en esas circunstancias ¿qué hacer? Pues no perder el tiempo y entregarse al amor a los enemigos y necesitados, ayudando a dar a luz a las madres. Podría haberse dejado infectar por el odio y haber perdido una magnífica oportunidad para ganarse el Cielo. Siguió la máxima de san Pablo: “A nadie debáis nada más que amor” (Rm 13,8-10)
El cardenal Van Thuan ante un ambiente de cárcel y persecución celebraba la misa en su mano, con una gota y una partícula. Tampoco perdió el tiempo.
San Francisco de Sales cayó durante un tiempo en escrúpulos. Era la época en la que inquietaba el tema de la predestinación y el santo dudaba una y otra vez sobre su propia salvación. ¿Qué hacer? Pues si pensaba que iba a condenarse decidió amar al Señor en vida, con toda su alma, puesto que en la otra vida no iba a poder hacerlos.
Por poner otro ejemplo, el jesuita Segundo Llorente hizo en el Ártico de los hielos el escenario de su curioso apostolado. Mil aventuras que nos han llegado por sus escritos. No cayó en depresión ni derrotismo. Se entregó al amor apostólico rezando, ofreciendo e ingeniándoselas para comunicar el evangelio.
El asunto es no echar mano de la mala astucia sino de la buena. Algunos por ser muy buenos temen hasta la palabra astucia; les parece algo impropio, de corazón no limpio. Pero no, existe una astucia santa; un amor astuto, diríamos.
El mal, muchas veces se apaga con astucia. Las alabanzas se las llevó en el evangelio el administrador porque había actuado con astucia. No tengamos miedo de que el Señor nos alabe por haber actuado con astucia. En numerosas ocasiones hay actuar con astucia. Eso sí, de la buena.