En aquel tiempo, como algunos hablaban del templo, de lo bellamente adornado que estaba con piedra de calidad y exvotos, Jesús les dijo: «Esto que contempláis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida».
Ellos le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?».
Él dijo: «Mirad que nadie os engañe. Porque muchos vendrán en mi nombre diciendo: “Yo soy”, o bien: “Está llegando el tiempo”; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque es necesario que eso ocurra primero, pero el fin no será enseguida».
Entonces les decía: «Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países, hambres y pestes. Habrá también fenómenos espantosos y grandes signos en el cielo» (San Lucas 21, 5-11).
COMENTARIO
En estos últimos días del año litúrgico, antes del Adviento, el lenguaje de las lecturas y del Evangelio se vuelve apocalíptico. Apocalipsis quiere decir revelación. En el Evangelio Jesucristo nos revela lo que va a suceder: guerras, catástrofes, hambres, epidemias. Lleva pasando mucho tiempo. Frente a esto a los cristianos nos queda la Iglesia. Pero no el templo. Porque Jesucristo nos dice que hasta de esto no quedará piedra sobre piedra. Los verdaderos adoradores de Dios lo honran en espíritu y en verdad. Frente a esta perspectiva se me viene a la mente la imagen del pórtico de la gloria de la catedral de Santiago de Compostela: porque al final vendrá el Señor con gran poder y majestad para llevarnos al Cielo, donde está rodeado de los 24 ancianos y de la asamblea de los justos, vestidos con vestiduras blancas. Que cuando venga nos encuentre esperándole.