La estúpida soberbia
Con estúpida soberbia el hombre-hormiga, que conoce tan poco de lo que mueve al mundo —únicamente algo de su propio cuerpo y casi nada de su alma—, se engríe cuando cree inventar, y en realidad solo descubre una esquina, una pieza del inmenso puzzle de la creación, tirando de una punta del manto que lo oculta. Y ante un descubrimiento, el hombre se dice orgulloso: “Ya no necesito dioses, soy inteligente y sabio. ¡Viva la ciencia! ¡Qué bien, qué listos somos los humanos! ¡Qué alivio no tener que inclinar la cerviz ante un ser superior!”. ¡Ja, ja, ja!, todo el Universo cruje de risa: ¡El hombre se cree grande!
Las carcajadas de las estrellas milenarias rebotan en el espacio, retumban en la profundidad de las simas marinas y balancean las copas de los árboles centenarios, en los cerrados bosques. Nos lo han dado todo hecho, llegamos débiles y desnudos, ignorantes de la razón de nuestra venida, pero en seguida nace en nosotros el convencimiento de que somos grandes, sabios, únicos. Nos recreamos en nuestras cualidades físicas y mentales, las exhibimos empinados para parecer los más altos en todo.
Cada día se descubre una estrella de hace millones de años, un insecto nuevo, una planta no catalogada, un calamar gigante; y en el microcosmos diminutos seres sin oxígeno, sin luz o sin carbono llevan caprichosas e inexplicables conductas de vida. Por cierto, ¿qué es la vida?, ¿quién la inventó?, ¿qué leyes la rigen y la conservan?
La técnica ha avanzado con una increíble progresión. Nadie podría imaginar hace unos años la comunicación y el conocimiento instantáneos; miles de libros, músicas, películas a nuestro alcance en un ordenador o en un móvil. ¡Cuánto ha conseguido la técnica! Y la cirugía con los trasplantes, la reproducción asistida, las células madre y la clonación animal. ¡Cuánto ha avanzado la ciencia médica!
Sí, sí, pero un día las armas de la naturaleza —el rayo, el fuego, el agua, el viento…— se muestran desenfrenadas en un terremoto, un tornado, un volcán, un tsunami y arrasan la obra humana; o un simple corte de electricidad deja a todo un pueblo sin comunicación, sin vivienda, sin alimentos, sin agua, sin medicinas, sin quirófanos, y lo que es peor, se lleva muchas vidas por delante.
muchos hacen preguntas, pero pocos escuchan las respuestas
“Sí, está claro que vamos poco a poco, pero llegaremos a saberlo todo, quizá consigamos la inmortalidad. Ese día seremos como dioses”. Esta vez son los ángeles los que se horrorizan y se burlan de la soberbia de este pequeño, frágil, animal, sometido a la necesidad diaria de alimentación, descanso y expulsión de sus excrementos, que ha sido ascendido por el Creador para darle la oportunidad de llegar a conocerlo y amarlo. En cambio, en su altanería, niega la existencia de ese ser superior y eterno, exige la comprobación empírica de la creación por un ser inteligente, y busca absurdos motivos en la casualidad, a pesar de que el universo clama la existencia de un inmenso Dios omnipotente.
Nos asombramos con los maravillosos logros de la ciencia y la técnica, el concienzudo estudio y trabajo, los continuos esfuerzos de estos varones y mujeres que se dedican a ello, y mejoran y dignifican la vida humana. Pero cuando llega la muerte, nos encuentra tan solos, desnudos, desvalidos e ignorantes como en nuestro nacimiento.
En la hora última solo nos hará sabios, y habrá dado sentido a nuestra vida, la humildad de reconocer la presencia de un ser superior, presentir que nos ama; vivir entregados al hermano, hijo de este mismo Padre común, y abandonarnos en la esperanza de fundirnos con Él en la inmensidad de su amor.
Nieves Díez Taboada
Periodista